“White Collar” retoma una línea bastante trabajada, la del ladrón-policía. Neal Caffrey es un estafador de renombre con predilecciones y gustos artísticos. Peter Burke es el agente del FBI que lo atrapó después de una larga persecución. La serie inicia con un pase que le concede Peter a Neal para salir de la cárcel y ayudar a los representantes del FBI a resolver sus casos. Neal comienza a trabajar como un colaborador externo del FBI para reducir o pasar más gratamente su condena, mientras es controlado por una tobillera GPS a un radio de pocas cuadras.
El capítulo a capítulo transcurre en una variedad de casos policiales desconectados uno del otro. En su mayoría Neal, trabajando a la par con Peter, es el artífice de planes y estrategias para dar con los traficantes, asesinos, estafadores, proxenetas. Siempre eludiendo algún que otro control de la ley para sacar provecho de su libertad a medias. Cada emisión presenta nuevos personajes, algunos que son reciclados con el correr de la serie, algunos de poco impacto que desaparecen, algunos que permanecen como miembros estables del clan policíaco-marginal. Hay algo particular en como manejan la distribución de la información en cada capítulo para mantener la atención o el interés del espectador. Todo arranca con la presentación de un caso, las aproximaciones, complejizaciones y dificultades hasta dar con la captura del villano. En el momento de elaborar el programa a seguir, siempre se hace alarde de los conocimientos enciclopédico-sociales de Neal y del poder técnico del FBI para recabar información y antecedentes. Es como si hubiera alguna secuencia en el buro, donde los agentes diagraman y actualizan el plan a seguir por medio de diálogos. Diálogos que corren rápido y son difíciles de relacionar para crear un panorama total. Y esta velocidad plática-informativa, de la que sólo pueden extraerse unos atisbos que señalan cómo se va a desarrollar el capítulo, es intencional. Todo el capítulo funciona como clarificación de aquello que se quiso decir. El interés no pasa tanto por los casos en sí, sino por entender cuál era el plan esbozado una vez puesto en práctica. Hay una cierta viveza a la hora de utilizar estas secuencias apuradas de planificación y estrategia en las oficinas del FBI. Generan una especie de boost up a todo el capítulo, acompañado por complicaciones que surgen en el traspaso de la teoría a la práctica, un montaje acelerado de la ciudad, una música guía.
El capítulo a capítulo sirve para ahondar en la relación entre ladrón y policía, entre Neal y Peter. Más que ahondar, agotar. Son personajes básicos, chatos, y es recién en la tercera temporada donde alcanzan una suerte de profundidad ya cantada de antemano. El conflicto moral en Neal, de abandonar una vida de legalidad con la cual parece conforme, con nuevas amistades y relaciones amorosas, y escapar con un tesoro robado de un submarino Nazi. En Peter, la lucha contra el afecto ganado hacia Neal y las intromisiones o entorpecimientos que este puede imponer a la hora de ajustarse a los parámetros de su trabajo. Mientras que en Neal el dilema tiene que ver con el cambio de vida, con la normalización del sujeto y su incorporación a la sociedad; en Peter cobran fuerzas los lazos esgrimidos en torno a la amistad. Así la tercera temporada evoluciona entre secretos y traiciones de poca escala entre los dos amigos para eludir y revelar sus verdaderas intenciones. Este es el argumento de fondo de la tercera temporada, cimentado en las dos anteriores, por una especie de relación dialéctica entre Neal y Peter a la hora de resolver los casos. Más allá de sus diferencias de procederes, ambos forman un equipo funcional imbatible.
El argumento de fondo que transitan las dos primeras temporadas tiene que ver con el pasado del estafador. Una relación amorosa pendiente -con Kate- interrumpida por la captura de Neal, que se extiende a complots y conspiraciones corruptas dentro de los organismos y sub-organismos aplicadores de la ley, con el fin de extorsionar a Neal -por medio del secuestro de Kate- para utilizarlo como engranaje en la búsqueda de un tesoro Nazi perdido en el océano. Esta historia se desarrolla de a poco, unos pocos minutos cruciales en cada capítulo, o en algunos capítulos claves, hasta desentrañar en el final de la segunda temporada todo el pasado de Caffrey. Entonces podría decirse que las primeras dos sagas de la serie se concentran en el pasado-presente de Neal Caffrey. Un presente que corre despacio y un pasado a desentrañar. Un pasado irresuelto que cobra vigor con la salida de la cárcel de Neal. La primera temporada es la resolución final de un pasado inmediato, de un ajuste de cuentas que se prolonga a la segunda temporada con elementos biográficos de pasados lejanos, de los inicios de Neal en la estafa, de su razón de ser. Y es el final de la segunda temporada el que abre el camino a una dimensión a futuro. La segunda temporada es clave, es el cierre definitivo de toda una dimensión de pasado y la apertura inmediata de una dimensión a futuro. El tesoro Nazi, reventado en llamas para el FBI, pero a salvo en un galpón para Neal y Mozzie, es el símbolo de esta disyuntiva. Vivir en fuga con el tesoro o quedarse junto a Peter por una vida honesta y legal. Es por ello que abundan los planos de Neal sentado frente a su laptop, contemplando los Degas, los Cézanne, las joyas, que controla por medio de una cámara. Estos segundos de introspección concentran una decisión vital.
Para seguir en esta clave, es debido hacer algunas notaciones de cómo funciona el estatuto de personajes de Neal y Peter. Es como si Neal fuera la perfección o el equilibrio perfecto entre conocimientos intelectuales y apariencia física. Todos los rasgos propios de un espía ingenioso, adicto a la adrenalina, de infinitos conocimientos materiales y teóricos, de buen gusto para el vino, de pura seducción femenina, pero casi ajeno a la violencia. Peter, en cambio, a pesar de poseer algo de estas cualidades –o por lo menos la serie juega con un efecto de comicidad a la hora de comparar estas caracterizaciones en los momentos que Peter debe igualar a Neal- representa las fuerzas del bien legal y moral. Es como si la única diferencia entre ambos fuera el hecho de que Peter cree en la buena conducta social, en la buena moral. Y así se producen los intercambios entre los dos personajes, una suerte de lucha interna entre la reincorporación de Neal a la fuerzas del orden y pequeñas esquivas de Peter para resolver algún caso. Como si los dos fueran el mismo personaje. Neal ve en Peter un posible futuro de asentamiento familiar e importancia y fama laboral. Peter carga con el peso de conocer y desear ese posible futuro para Neal.
Todo se presenta de forma superficial, como si la serie avanzara a los saltos, como si no hubiera sorpresas o verdaderas luchas viscerales dentro de los personajes. La serie maneja un tono tierno, de buenas intenciones o amistades cariñosas, propicio para desarrollar pequeños gags o matices cómicos que acompañan toda la serie. Este es uno de los aciertos de “White Collar”, ya que gran parte del interés se concentra en esta suerte de juego de equiparación entre las habilidades de Neal y Peter, o entre personajes maniaco-obsesivos como Mozzie, -quizá el personaje más interesante de la serie -. El problema con esta ternura que envuelve todo accionar, es que desenlaces dramáticos importantes, como el asesinato de una pareja, el secuestro de Peter, carecen de completa profundidad.
Me animaría a decir que “White Collar” no es únicamente una serie para pasar el rato. Hay una sutileza a la hora de preparar cada emisión, que genera un interés temático fuerte. Y es en la última temporada que la serie estaría en vías de transitar un cambio, de salir del capítulo a capítulo clausurado –con esta trama de fondo débil- a adoptar una línea guía general.
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