La Leyenda del hombre detras del Muro Escribe Santiago Asorey
Existen muchos mitos sobre Roger Waters en los años en los que trabajo en el proyecto de The Wall. Alan Parker el director de la película declaro que sufrió hasta el extremo la personalidad de Waters a la hora de querer controlar todos los aspectos de la película. De la misma forma que David Gilmour, guitarrista de Pink Floyd, había sufrido lo mismo en la grabación del álbum. La mayoría de los músicos u otros artistas que colaboraron de cerca en la creación de The Wall hablan de la personalidad imposible de Waters. De un egocentrismo desmesurado y de una necesidad casi fascista por controlar cada aspecto hasta lograr que todos los que estuvieran a su alredor la pasaran mal. Según los relatos de los allegados a la banda en aquellos años, existía un interés desmesurado de Waters por demostrar que él era Pink. Que todo el concepto del personaje; estrella de rock misógina y aislada del mundo, hijo de un soldado asesinado en la segunda guerra mundial, le pertenecían a él. Creo que el valor de estas anécdotas es el de ayudar a la hora de construir un perfil del artista alienado. Del artista que ha sido devorado por sus propios fantasmas y que ha entregado su vida a su obra pero que perdió en ese pasaje la noción de su presencia real en el mundo. Perdiendo también noción de todos lo que lo rodean. La megalomanía del hombre artista que transita estados de grandilocuencia implacables para posteriormente dar marcha atrás y enroscarse en el mas pequeño de los agujeros de los gusanos. Esta es también la transición de Pink en el relato. Hay algo interesante en esa transferencia de Roger Waters a Pink en la película. Como si al final no se pudiese distinguir cual es la realidad y cual es la ficción.
Con la perspectiva de los años tengo la impresión de que la película ha pasado de película de culto a clásico. Un poema audiovisual narrativo que martilla al espectador con una sobrecarga sensorial; dibujos animados surrealistas del holocausto, imágenes de guerra; un concierto de rock como acto fascista. Todo el lirismo construido por un montaje que tiene como columna vertebral la banda sonora que destruye las referencias espacio/temporales del personaje principal. Al fin lo que queda en pie es solamente el lirismo desenfrenado de la locura. The Wall nació a principios de los años ochenta en el medio de la innovación del videoclip en MTV. Su contradicción fue inaugurar la era del videoclip banal de MTV con una idea sobre las sujeciones de la sociedad. Para Waters la guerra, el mercantilismo, el fascismo, la institución familiar, la mujer como condensación de lo burgués y la escuela arrastran al hombre hacia el abismo de la locura. Apenas seis años antes de que Roger Waters concibiera estas ideas el filósofo Michel Foucault había interpretado a las sociedades disciplinarias y a sus instituciones como dispositivos de poder. Dispositivos que disciplinaban los cuerpos, jerarquizaban los sujetos y distribuían los espacios para volver cada más eficaz el control. Eran grandes cuadros de observación que permitían el control del desarrollo productivo. La idea de la escuela como una fabrica. Roger Waters convirtió este concepto en imagen con la fila de alumnos desprovistos de identidad marchando hacia la gran trituradora de pasta. Todos cantan el himno de la película y todo cobra sentido: los ladrillos del muro no son elementos que nos protegen de las redes de poder como diría Waters. Son también parte de esas redes de poder. El muro es la relación de poder en si. No su protección. Es la consecuencia de años de sujeción que deja como resultado sedimentación acumulada y construye el muro. No somos nosotros quienes construimos el muro. Son las prácticas disciplinarias del poder las que construyen el muro para poder asegurar un grado mayor de control.
“Día tras día el amor se vuelve gris
Como la piel de un hombre muriendo
Noche tras noche
Pretendemos que todo esta bien
Pero he crecido más viejo
Y vos creciste más fría
Y ya nada es divertido”
One of my turns, Pink Floyd
Estaba en la secundaria cuando escuche por primera vez The Wall. Me la pasaba bastante tiempo solo.Todavía tengo esa impresión de escuchar One of my Turns en un recreo mientras miraba a través de las rejas blancas de mi colegio; los techos bajos de colegiales y algunos edificios altos. Me preguntaba a donde iba la gente que caminaba por la calle y como era la vida afuera. De ver la vida a través de un vidrio y sentir que la vida estaba ahí al alcancé de la vista, pero que nunca iba a ser mía. Agarre entonces una cartuchera de lata y le escribí la letra de One of my Turns y la deje en el banco de una compañera de la cual estaba enamorado. Quería que la leyera, como si esas palabras fuesen mías. De alguna manera sentía que esas palabras me pertenecían.
Existen muchos mitos sobre Roger Waters en los años en los que trabajo en el proyecto de The Wall. Alan Parker el director de la película declaro que sufrió hasta el extremo la personalidad de Waters a la hora de querer controlar todos los aspectos de la película. De la misma forma que David Gilmour, guitarrista de Pink Floyd, había sufrido lo mismo en la grabación del álbum. La mayoría de los músicos u otros artistas que colaboraron de cerca en la creación de The Wall hablan de la personalidad imposible de Waters. De un egocentrismo desmesurado y de una necesidad casi fascista por controlar cada aspecto hasta lograr que todos los que estuvieran a su alredor la pasaran mal. Según los relatos de los allegados a la banda en aquellos años, existía un interés desmesurado de Waters por demostrar que él era Pink. Que todo el concepto del personaje; estrella de rock misógina y aislada del mundo, hijo de un soldado asesinado en la segunda guerra mundial, le pertenecían a él. Creo que el valor de estas anécdotas es el de ayudar a la hora de construir un perfil del artista alienado. Del artista que ha sido devorado por sus propios fantasmas y que ha entregado su vida a su obra pero que perdió en ese pasaje la noción de su presencia real en el mundo. Perdiendo también noción de todos lo que lo rodean. La megalomanía del hombre artista que transita estados de grandilocuencia implacables para posteriormente dar marcha atrás y enroscarse en el mas pequeño de los agujeros de los gusanos. Esta es también la transición de Pink en el relato. Hay algo interesante en esa transferencia de Roger Waters a Pink en la película. Como si al final no se pudiese distinguir cual es la realidad y cual es la ficción.
Si algo no se le puede reprochar a Waters a la hora de construir al personaje de Pink es su entrega absoluta. La sinceridad con la cual confronto el propio odio que había engendrado en él después de años de llevar la vida banal de una estrella de rock. Encerrado en su habitación de un hotel en California, el personaje de Pink lo empieza a destruir a todo. Un hombre que se vuelve un huracán y es incapaz de sentir, ni ver nada de lo que existe a su alrededor. Una groupie hermosa le besa la mano muerta, busca despertar la vida que queda en él. Pink solo puede sentir los gusanos fermentar en su interior y el muro que ladrillo a ladrillo crece a su alredor hasta separarlo definitivamente del resto del mundo.
Con la perspectiva de los años tengo la impresión de que la película ha pasado de película de culto a clásico. Un poema audiovisual narrativo que martilla al espectador con una sobrecarga sensorial; dibujos animados surrealistas del holocausto, imágenes de guerra; un concierto de rock como acto fascista. Todo el lirismo construido por un montaje que tiene como columna vertebral la banda sonora que destruye las referencias espacio/temporales del personaje principal. Al fin lo que queda en pie es solamente el lirismo desenfrenado de la locura. The Wall nació a principios de los años ochenta en el medio de la innovación del videoclip en MTV. Su contradicción fue inaugurar la era del videoclip banal de MTV con una idea sobre las sujeciones de la sociedad. Para Waters la guerra, el mercantilismo, el fascismo, la institución familiar, la mujer como condensación de lo burgués y la escuela arrastran al hombre hacia el abismo de la locura. Apenas seis años antes de que Roger Waters concibiera estas ideas el filósofo Michel Foucault había interpretado a las sociedades disciplinarias y a sus instituciones como dispositivos de poder. Dispositivos que disciplinaban los cuerpos, jerarquizaban los sujetos y distribuían los espacios para volver cada más eficaz el control. Eran grandes cuadros de observación que permitían el control del desarrollo productivo. La idea de la escuela como una fabrica. Roger Waters convirtió este concepto en imagen con la fila de alumnos desprovistos de identidad marchando hacia la gran trituradora de pasta. Todos cantan el himno de la película y todo cobra sentido: los ladrillos del muro no son elementos que nos protegen de las redes de poder como diría Waters. Son también parte de esas redes de poder. El muro es la relación de poder en si. No su protección. Es la consecuencia de años de sujeción que deja como resultado sedimentación acumulada y construye el muro. No somos nosotros quienes construimos el muro. Son las prácticas disciplinarias del poder las que construyen el muro para poder asegurar un grado mayor de control.
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