En una entrevista de la revista Playboy le preguntaron a Bolaño qué cosas le aburrían. La respuesta del escritor chileno (no confundir con Chespirito) fue: “el discurso vacio de la izquierda. EL discurso vacío de la derecha ya lo doy por sentado”. Uno podría transponer la misma frase al cine: lo que aburre es, sin lugar a duda, el cine independiente o de “autor”. El cine vacío de Hollywood ya lo damos por sentado.
Sin embargo, el cine independiente se centra en un cine realista, un cine de la cotidianidad, dónde los personajes y situaciones que vemos bien podrían ser parte de nuestras vidas. El cine de Hollywood – por el contrario- se focaliza en la espectacularidad; es más importante captar la habilidad que posee el realizador en construir un universo paralelo visualmente verosímil, a plantearse un problema real (es decir, un problema puramente formal, completamente vacío de contenido).
¿Qué pasa entonces con aquellos directores que les interesa manejar un mundo fantástico, pero que carecen de los medios hollywoodenses para hacerlo? Tal es el caso de Wright, Rodriguez, Gilliam e incluso Carpenter, todos directores que se mantienen en la fina línea entre un cine de autor, con necesidades industriales.
Nombrar hoy en día a directores como Peter Jackson o a Sam Raimi es asociarlos con El señor de los anillos y Spiderman, respectivamente. Pero hubo una vez – hace no tantos años- cuando estos dos directores parecían ser los redentores del cine fantástico (lease fantástico como de terror, ciencia ficción o fantástico propiamente dicho). Directores habilidosos que no solo podían construir una obra temáticamente interesante, sino que además, lograban un impactante contenido visual con muy escasos recursos.
¿Qué tienen en común estos dos directores? Ambos comienzan su carrera en los ochenta con sátiras de terror y ciencia ficción de bajísimo presupuesto (Evil dead y Bad taste) que son, sin lugar a duda, una reescritura del género. SI tomamos a Romero –y específicamente “La noche de los muertos vivos”- como un axioma dentro del cine de terror y ciencia ficción, podemos sin lugar a dudas afirmar que Jackson y Raimi son sus más fieles discípulos. Sin embargo –y es acá donde se diferencian de Romero, quien peca a veces de “demasiado serio”- estos dos directores poseen otra característica en común: son capaces de volcar la lógica de animación a un mundo reconocible. Esto puede verse especialmente en las siguientes entregas de la trilogía de “Evil dead” (Evil dead 2 y Army of darkness) y en “Braindead” y “The Frighteners” de Peter Jackson. Ash y Lionel parecerían ser dos personajes explosivos sacados de un corto de Tex Avery antes que seres humanos atrapados en una situación que los excede. El terror toma distancia y nos damos cuenta que no estamos frente a una situación espeluznante, sino todo lo contrario; la situación es cómica (recuerda en cierto sentido esa vieja frase de Chaplin de la vida como un drama en primer plano y una comedia en plano general).
Dos pasos aún más extremos en su primera filmografía: “Crimewave” (Raimi) y “Meet the Feebles” (Jackson). Crimewave es un film escrito por Raimi junto a los hermanos Coen. Es un pastiche Film Noir con Slapstick Comedy (bien podría uno alegar que las referencias fundamentales del film son las películas clásicas de Chaplin y Keaton, así como Los tres chiflados y las caricaturas de Tex Avery y Chuck Jones). Jackson, por su parte, desarrolla un largometraje de títeres (al mejor estilo de Los Muppets). Por supuesto que los muppets de Jackson son mucho más azucarados; cogen, toman cocaína y se destruyen unos a otros. De nuevo encontramos referencias de animación, esta vez de la mano de Ralph Bashki (creador de Heavy traffic y Fritz The Cat).
Ambos coquetean con la historia del cine, especialmente Jackson con su excelente falso documental “Finding silver” donde relata el verdadero descubrimiento del cine (previo al fraces) en Nueva Zelanda. Raimi por su parte, no deja oportunidad para rendir tributos a pesos pesados de la industria (qué es Army of Darkness sino un eterno homenaje a Ray Harryhausen, animador de films clásicos como Jason y los Argonautas y los siete viajes de Sinbad).
Pero ambos directores decidieron tomarse a sí mismos de manera “seria”. Heavenly Creatures de Jackson es un thriller psicológico que retrata el matricidio por parte de dos chicas de quince años. Si bien existen elementos fantásticos (la protagonista oscila entre el mundo real y un mundo “fantástico” al mejor estilo Terry Gilliam) el tono es oscuro. No hay lugar para risas ni distanciamiento. Raimi decide purificarse y hacer estrictamente un film de terror (Darkman) y su propio thriller psicológico (A simple plan) este último, mucho más oscuro que el film de Jackson ya que no cuenta con un universo de fantasía para escapar.
¿Qué es lo peor que podía pasar entonces en esta utópica galaxia? Que los grandes estudios de Hollywood se interesen por estos jóvenes cineastas capaces de alcanzar excelentes resultados visuales con escasos recursos. El resultado fue el mismo que el darle una bomba atómica a un piromaníaco: pandemónium.
La trilogía de Spiderman y del Señor de los anillos es el análogo cinematográfico perfecto a un disco de Satriani, donde el virtuosismo está en primer plano, omitiendo cualquier tipo de pretensión artística y/o autoral ¿pero no era ese el problema en un primer lugar? ¿Podemos ser tan ingenuos en pensar que esa máquina sádica y troglodita hollywoodense devoró a estos jóvenes indefensos sin ningún escrúpulo? ¿O debemos recordar esa sabia frase de Bill Plympton que decía que dentro de toda la mierda que uno puede encontrar en ser independiente existe aunque sea la capacidad de ser “realmente independiente”?
Los siguientes proyectos de Jackson y Raimi fueron un intento de regreso a sus raíces: Jackson hizo la espantosa “The lovely bones”, un intento de rehacer “Heavenly creatures” con espantosos resultados y Raimi realizó la sobria “Drag me to hell”, una cinta de terror al mejor estilo craveneano.
Habría que supuerar estos dos obstáculos gigantes que son Spiderman y LOTR y ver (o rever) toda esa filmografía temprana resignada hoy a circuitos de cine clase b o z para comprender el verdadero legado de estos dos grandes cineastas contemporáneos.
Diego Labat
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