Escribe Santiago Asorey
Inés Garland escribe casi con el corazón de la especie. Pertenece a esa clase de escritores rigurosos que no usan a la literatura como excusa. Por lo contrario busca meterse incansablemente en las grietas de sus personajes. Su última novela Piedra, Papel o Tijera fue premiada por ALIJA (Asociación de Literatura Infantil y Juvenil de la Argentina). En la novela se hace cargo de la lente opaca por la cual parte de la sociedad percibió a la militancia política en los años setenta. Garland busca algunos manuscritos y borradores escritos en una máquina de escribir. Sirve un poco de té. La luz entra por la ventana del departamento e inunda de naranja todo el living. En poco tiempo va oscurecer.
En uno de tus cuentos uno de los personajes dice que la sensualidad es una forma de vivir. Suena un poco a las palabras de Leopoldo Marechal que dice que la poesía es una forma de vivir también. ¿Hay una conexión entre la poesía y la sensualidad en tus cuentos?
El mundo concreto tiene mucha presencia en mis cuentos. Me gusta contar lo que sucede por detrás del mundo concreto. El mundo concreto a su vez también está lleno de poesía en el modo en que puedas mirar lo que transcurre más allá de la superficie. Lo que pasa, es que si uno está atento, el mundo concreto nos da todo el tiempo señales de lo que está pasando en nuestro interior.
Como en tu cuento El remolino en done el personaje principal se sienta en el muelle y describe el movimiento de los círculos de una hoja en el agua.
Ella está viendo lo que le está pasando por dentro. La hoja es absorbida por un remolino que después la suelta. A veces lo que te rodea te permite diferentes maneras de contar lo que te está pasando.
Ante la insistencia de la pregunta por lo autobiográfico alguna vez contestaste que tu obra se podría leer siempre en clave autobiográfica. ¿Hay algo en la indefinición entre la ficción y lo real que se convierte en el triunfo de un escritor?
Me parece que no existe la realidad. Si dos escritores van a un evento lo van a contar de formas muy distintas. Van a ser dos ficciones. Lo autobiográfico existe en la medida en que uno piense que la realidad existe. Pero si yo te digo que lo autobiográfico es mi ficción. Entonces deja de existir la distinción entre lo autobiográfico y la ficción. Todo nuestro mundo es nuestra ficción.
Deleuze dice que en realidad lo opuesto a lo real no es la ficción sino la fabulación. En tus cuentos la idea de fabulación parece muy presente en tus personajes que realizan pequeñas fabulaciones para inventarse.
Yo siento que nosotros nos inventamos constantemente. Por eso el arte de la mentira es el arte de la invención. Pero que también somos presos de nuestras ficciones. Cada uno tiene una ficción sobre uno mismo que expresa un punto de vista del mundo. ¿Y la realidad cuál es? Por eso no me gusta hablar de la realidad, sino más bien del mundo concreto. Si vos inventaras que acá no hay mesa, capaz que no hay. Nosotros armamos nuestra realidad. No creo que sea algo que suceda aparte. Cuando era adolescente y estudiaba filosofía, me peleaba con mama y le decía yo ahora me voy y dejo de pensar en vos. Y vos dejas de existir. Mama se volvía loca y yo estaba convencida de que era así. Entonces si hay tanta realidad para un lector es porque debe estar bien escrito. Pero eso no quiere decir que me haya pasado en mi vida ni mucho menos. Después lo que manda es el relato. Y podes usar cosas de donde quieras; de tu vida, de anécdotas, o de lo que le pasó al vecino, cosas que te sirven para construir el relato. Pero el relato tiene una fuerza propia. Más allá de lo que vos hayas querido escribir. Yo no domino el material. El material me toma y yo trato de hacer lo mejor posible. A veces comienzo con una imagen, que puede ser tomada de mi autobiografía o no y la elijo como punto de partida para hacer nacer el relato.
En piedra, Papel o Tijera, hay una confrontación ideológica-afectiva de los conceptos que los distintos personajes tienen del río. ¿En relación a la época de la última dictadura que es la época en donde transcurre la historia como pensaste el concepto del río?
Yo empecé contando sobre el amor por el río pero después escribí sobre el río que se tragaba cualquier cosa y ahí entendí algo más sobre lo que quería decir la novela. Cuando quise contar esa historia reflexioné sobre el río de una forma distinta, por primera vez. Pensé cómo el río se había llenado de una connotación macabra. Alguna vez en mi adolescencia, cuando tenía dieciséis años, me tire al río y pensé en la posibilidad de tocar un cuerpo ahogado. Siempre nos decían que cuando nos tirábamos del muelle tuviéramos cuidado con los troncos sumergidos. Pero nunca había pensado en que podría haber un cuerpo sumergido. Y se me cruzó esa idea en esa época, en la cual yo vivía en una burbuja. Yo no sabía lo que estaba pasando en ese tiempo. Fue impresionante para mí haberme enterado años después de los vuelos de la muerte. Y la novela también trata sobre la perdida de esa inocencia. En el segundo capítulo, el río empieza con esa capacidad de tragarse todo. De grande también pensé otras cosas. Por ejemplo que lo que para mí era un paraíso, que era el jardín inundado, para los vecinos isleños era un drama. Porque su casa quedaba bajo agua. Esta diferencia enorme entre mi realidad y la realidad de ellos. Eso fue también una de las cosas que me llevó a escribir la novela.
Tus personajes están atravesados por mandatos. ¿La escritura puede ser un acto de resistencia ante esa sujeción?
Sí, porque los mandatos son aquello de lo que no se habla. Yo quiero escribir sobre aquello de lo que no se habla. Sobre las cosas que por mandato no hay que poner arriba de la mesa. Es un poco lo que hace la literatura, poner las cosas arriba de la mesa. Son cosas que todos sabemos pero por convención no se dicen. Hay medios sociales más represivos que otros. El medio en el que yo crecí es muy represivo. Y en eso la escritura es totalmente un acto de resistencia. Y puede ser leído como un acto de denuncia. Aunque mi idea nunca haya sido denunciar nada. Simplemente contar, sobre la miles de percepciones que tenemos y la falta de hábito de expresarlas, algo que es común a todos pero que en otras personas no encuentra modo de salir. Lo llevamos todo en el cuerpo como un peso enorme. Cosas que no expresamos y no compartimos. Todos nos sentimos únicos en nuestra miseria más profunda. Pero cuando podés contarlas te das cuenta de que las miserias son compartidas.
¿Siempre pensaste la escritura así?
No. Ahora, reflexionando… Yo empecé a escribir porque necesitaba hablar de cosas que no tenía otro modo de abrir. Es que ahí aparece el problema de la libertad. El mandato de callarse o ser muy correcto. El problema de qué es lo que hay que sentir o qué es lo que hay que pensar.
Alguna vez dijiste que “Si ves a tu vida como un juego finito, dentro de un juego infinito, lo banal podría ser tomarse a sí mismo en serio.” ¿Qué espacio ocupa el juego en tu literatura?
Me refería a pensar la vida como juegos finitos dentro de un gran juego infinito. Todas las cosas que hacemos y vivimos. La idea de que todo es un juego. Según los días y según como este yo, todo me parece un juego. Me parece que el gran mal es sentirse demasiado importante. O sentir que todo lo que hacemos es trascendente. Detesto la solemnidad como rasgo. El juego infinito nos muestra que en realidad el tiempo es un detalle y tu vida es un detalle. Y todo el tiempo te están cambiando el juego finito, los jugadores y las reglas. Porque existe un plan más grande, en el cual vos estás inmerso. Ese es el juego infinito del cual es difícil tomar conciencia. En nuestro juego finito, hay juegos más banales y menos banales. Pero habría que ver el juego en su totalidad para ver qué es banal y qué no lo es dentro de la vida de alguien.
Según Fabián Casas pensarse dentro de la literatura argentina a él no le permite escribir. En tu caso, ¿te pensás en una relación con la literatura argentina?
Nunca, ni me lo planteo. Nunca se me ocurre pensarme dentro de la literatura argentina. Es un problema que tengo. Es como si fuera una abstracción que no forma parte de las cosas que me ocupan. Obviamente cuando me publicaron fui feliz y me encantó. Y sé que para otros podría significar; ahora formas partes de la literatura. Ahora que me lo dijiste estoy nerviosísima (Risas). Yo no me defino como una intelectual. Y eso a veces me hace sentir mal y a veces me hace sentir bien. Las discusiones bizantinas intelectuales no me interesan en lo mas mínimo. Me interesa el problema de la vida. Pero tal vez me vean como poco abstracta. Leo desordenadamente. Tengo un registro rarísimo de lo que leo. A veces me acuerdo de una escena o una manera de decir algo. Pero a veces no hago abstracción. A tal punto que una vez escribí un cuento entero de una mujer que vivía la vida de otra mujer y después me acordé de Lejana de Cortázar. Y había leído Bestiario varias veces en mi adolescencia, pero me lo había olvidado. Y me sentía genial escribiendo algo que ya estaba escrito.
Pero lo que me interesa es contar las historias y el modo de contarlas. Y no hago mucho estudio sobre eso. No pienso en la crítica cuando escribo, ni en mis pares escritores. En muchas de las charlas literarias les preguntan a los escritores qué autores les interesan y se tiran nombres solamente y no me parece muy interesante. Preferiría saber por qué te interesan esos escritores. Por ejemplo: me gusta Samanta Schweblin porque me parece raro y original lo que escribe. “Matar a un Perro” es un cuento escrito como los dioses. Por ejemplo: me gusta lo que escribe Pablo Ramos, porque su escritura es feroz. Porque me deja resonando todo lo que dice. Me conmueve profundamente. He llorado leyendo cuentos de él. Lo que me parece que no sirve es que en esas grandes charlas literarias se tiran nombres y “El mejor escritor argentino es tal“. Y te de ganas de decir “Pará, ¿pero vos leíste todo lo que salió en el último tiempo para decir quién es el mejor escritor argentino?”, independientemente de los que dicen “El mejor escritor argentino soy yo”. Todo eso para mí sí es banal. Si estás o no dentro de los mejores escritores argentinos. Son disquisiciones que no me interesan. Me interesa la relación con la literatura, como la relación con otras personas. Hay gente que te interesa y hay gente que no. ¿Y el por qué? Andá a encontrar.
Publicado el 13 Julio de 2010 en la Revista Hamartia.com.ar
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