Sep 24, 2011

Revolución: El cruce de los Andes (2011) - Leandro Ipiña


Del ser argentino
por Gonzalo de Miceu


"Al Ejército de los Andes queda la gloria de decir: en 24 días
hicimos la campaña, pasamos las cordilleras más elevadas, concluimos
con los tiranos y dimos libertad a Chile"
José Fransico de San Martín

Lo primero que me impactó cundo vi “Revolución” fue una necesidad hirviente de repensar la historia. Una necesidad que superaba la idea de pintarle otra cara al General San Martín. El director chileno Leandro Ipiña escribe: “La historia es algo vivo, dinámico (…) Pensar nuestro pasado es la mejor manera de entender nuestro presente y prever nuestro futuro”. Hay algo más allá de querer reconstruir una época, un momento histórico con fidelidad. Hay un compromiso social, un deber social del cual el cine se hace cargo en “Revolución”. Creo que la metáfora más fuerte de este reclamo es al final de la película cuando el periodista que entrevista a Corvalán le toma una fotografía para publicarla en el diario. Corvalán posa junto a los inmigrantes recién llegados que habitan con él en la pensión. Su rostro sale borroneado a causa de los temblores. A propósito de esta postal, Rodrigo de la Serna dice: “Una metáfora de lo que construyeron la historia oficial y el periodismo moderno: ¿cuántos como él habrán existido, a cuántos como él hemos olvidado? ¿Acaso no es esa una forma de borrar un país, una identidad que pudo ser?”.  Hay un lamento contenido en las líneas de Rodrigo de la Serna, hay algo del idealismo de San Martín. “Una identidad que pudo ser”, en estas palabras se esconde toda una dimensión propia del devenir genético argentino. Siempre en la fuga, en busca de una identidad perdida, quizá inexistente, o por lo menos centrífuga. Lo propio de la construcción cultural argentina es estar siempre buscando nuevas manera de reinventarse, de llenar esa palabra maleable, “patria”, de apelotonarla, de darle corazón. “Revolución” es una película que propone hacerse cargo de esta filiación adoptiva. Será que cargamos con la artillería poética de inventar, reconfigurar constantemente una tradición a la cual pertenecer. San Martín, el Diego, el Che, Perón; detrás de todos estas paradojas pasionales se esconde un sentimiento de argentinidad imposible de limitar a una tradición, a un pensamiento totalizador. Ser argentino sin poder hablarlo. Es uno de los sentimientos más lindos, una capacidad creadora innata, un mito de múltiples orígenes, una sensación mitológica de eterno descubrir.  Cuna de inmigrantes, campesinos, mestizos, oprimidos, curtidos, hijos de los vencidos, desconocidos, correntinos, entrerrianos, tucumanos, cuyanos, veteranos, santafesinos, cordobeses, porteños, olvidados, jujeños, santiagueños, catamarqueños. Todos a pelearla hasta morir en paz.


En el último plano del filme, San Martín con la mirada intensa en la cordillera andina. Acá cobran fuerza todas esas notas disonantes, vomitivas, de la orquesta de la TV pública que acompañan la película. Me hizo acordar a “El arca rusa” (2002) de Aleksandr Sokurov, ese plano metafórico del museo, de la historia rusa, que busca salir a flote entre la marea.  Ipiña es mucho más elegante, más sutil. Como si la historia argentina fuera aquel eterno ascenso de Sísifo, hasta dar con ese mareo, ese vértigo del ser argentino.

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