Jun 3, 2017

Sobre La Chica del Sur (2012) - José Luis García

Todo lo que fue de lo que será

Las ruinas obsoletas del pasado reciente aparecen como residuos de un mundo de ensueño.
 Walter Benjamin


Entre Corea del Norte y Corea del Sur. En la frontera custodiada de Pyongyang que separa la efervescencia comunista del capitalismo occidental, es donde queda atrapado un personaje enigmático que a los ojos de José Luis García condensa las promesas de ensueño de una Corea reunificada. Haruki Murakami escribió en “Crónica del pájaro que da cuerda al mundo” (1994): “¿Acaso no existe en mi cuerpo una especie de limbo de la memoria donde todos los recuerdos cruciales van acumulándose y convirtiéndose en lodo?”. Estas palabras de Murakami no sólo se repliegan sobre Im Su-kyong que se torna eje del discurso; sino, que manifiestan un deber ético, por decirlo de alguna manera, del director en buscar un orden, una visión para rescatar capturas realizadas en el 89 en Corea del Norte durante el Festival Internacional de Jóvenes y Estudiantes, del fango. Esta potencia por restituir una memoria posible, lleva a José Luis García a complementar aquellas imágenes del 89 con nuevas tomas veinte años después en Corea del Sur que inesperadamente culminan con un tercer acto final en Argentina.


“La imagen mató al ídolo” (Serge Daney, 2004, 150). La película de García busca resucitar el sufrimiento de un cuerpo achatado por propuestas no concretadas. Y el proceso es similar a aquel que en el 89 por medio de la imagen carismática movilizó estudiantes y multitudes con el objetivo de acercar territorios e imaginerías hostiles. Así como el cruce de la frontera de Pyongyang marcó la fugacidad del asteroide Im Su-kyong como personaje político-pacifista clave en la lucha por la reunificación; en La chica del sur, Im Su-kyong también expele ese atrayente propio de una star, atractivo que el mismo director manifiesta, pero una star ligada al sufrimiento y al sacrificio como quinta dimensión profunda de la pérdida personal.  Podría decirse que todo el proceso de La chica del sur es inverso a la combustión estelar. Es el acto performativo del documentalista que indaga en aquella profundidad-enigma, en darle peso a la carne, en crearle un espacio propio al ídolo aniquilado para traerlo a la vida. La imagen termina siendo un daño colateral de lo que verdaderamente moviliza a Im Su-kyong. Es a partir de esta lateralidad donde se construye el discurso cinematográfico. Una búsqueda que participa en lo indecible y que le da carácter a un personaje indomable e incapaz de someterse a las reglas formales de la construcción documental.


Entre Corea y Argentina. A partir de la incomunicación nace la comunicación como espectro del reconocimiento de un Otro inabarcable. La imposibilidad misma de la entrevista a la “Flor de la Reunificación”, una entrevista que rompe con todas las reglas formales de la entrevista, abre el partido al cruce entre dos mundos culturales inconmensurables. Así como las vistas del 89 y del 2009 –más allá de que el objetivo es mucho más concreto– cargan con cierto dejo turístico o excursionista en la mirada, éste mismo exotismo también golpea en las imágenes hechas en casa, en las capturas realizadas en Argentina. El ser nacional se torna irreconocible, irreconciliable al lenguaje –que muy bien puede apreciarse en las distintas versiones del nombre del Im Su-kyong que recorren la web–. No por una narración que asume el punto de vista del extranjero, del foráneo que arriba a una patria ajena. Esta inclasificación trasciende cualquier parámetro cuantitativo y cualitativo. José Luis García nos acompaña a repensar el espacio de la frontera, no como un espacio de despersonalización; sino, como la marca de una identidad que participa del aquí y de lo aquello.

Lo que queda del sacrificio en pos de una más tarde utopía: un personaje que pertenece a Corea pero a ninguna Corea, la pérdida de un hijo, un libro sobre el Polo Sur y un viaje con destino a Ushuaia.


Gonzalo de Miceu

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