"Inglorious Basterds” es una ucronía. Un relato sostenido a partir de la realización de una realidad alternativa que en este caso explora la circunstancia histórica de la derrota de los nazis. Es decir, no de aquella derrota que conocemos por lo que dicen los libros –o por lo que efectivamente haya sucedido – sino dada la posibilidad de que dichos acontecimientos hubiesen ocurrido de una manera diferente. En el universo de Tarantino, Hitler no muere acabado y sin esperanzas en un búnker de Berlín, sino que es asesinado en un cine Parisino por los efectos inflamables del propio material fílmico.
La tesis del film de Tarantino se inscribe en toda un tradición estética que vislumbra diferentes polémicas del orden de la representación, que atañen al cómo representar el horror. En Francia, una serie de teóricos plantaron cara a Spielberg por su tentativa de hacerlo palpable y aprehensible (superable quizás) a través de la reconstrucción de los campos de concentración en La lista de Schindler. Es la reactualización del problema “Kapó”, del problema Rivette y de su postura estética[1] en los años ‘60. Pero Tarantino no piensa -como Spielberg - que la experiencia de los campos sea transferible y que esté entre sus posibilidades (¿su deber?) el poder dar cuenta de ella y del sufrimiento inenarrable que en ese universo se produjo. Nada que se le parezca. Por el contrario, el procedimiento, en Tarantino, se trata de reconocer esa imposibilidad y a partir de ella imaginar otra serie de acontecimientos. Fabular un otro acerca de aquello que es imposible pensar y decir, aquello para lo cual las palabras resultarán siempre esquivas. La manifestación de una renuncia, la explicitación de una ausencia que se equilibra, del otro lado de la balanza, por la afirmación del discurso fílmico que en su incansable afán imaginativo habrán de querer pensarlo.
Por eso, para aquello frente a lo que la respuesta de Lanzmann es la palabra[2] y la de Godard el montaje[3], Tarantino utiliza al cine en toda su dimensión. En su universo, las capacidades fabulativas irrealistas de la narración pulverizan paradójicamente cualquier imposibilidad del pensamiento, justamente a través del procedimiento fabulativo. Lo impensable se vuelve pensable en un otro posible. La muerte de Hitler en el cine, resulta no sólo una resolución de la ucronía, sino también una metáfora perfecta para el procedimiento representacional que lo ocupa. Está claro: la fórmula de Tarantino que en su universo catártico se explaya, invierte la muerte de Hitler en el cine en una operación dialéctica, en tanto no es asesinado en la proyección, sino que es asesinado por la propia proyección. En “Inglorious Basterds”, a Hitler lo mata el cine.
Juan Almada
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