El hijo putativo de los estudios
A fines de los noventa las teorías apocalípticas se volvieron moneda corriente, desde las profecías de Nostradamus el fin se volvió un hecho cercano. Roland Emmerich erudito director en el genero (Día de la independencia-El día después de mañana) no podía quedarse afuera de llevar a la pantalla grande el mito maya del fin del mundo. Asociado con la maquinaria Hollywoodense se dio el lujo de filmar una película de 152 minutos con un presupuesto de 200 millones de dólares, donde el mundo literalmente se va al carajo.
La película da inicio con la estructura trabajada anteriormente por el director. Diferentes puntos del planeta se conectan a través de las comunicaciones para el pasaje de información sobre la catástrofe. El epicentro es Washington D.C, cuna del presidente de los Estados Unidos. Nuevamente se retoma esta idea de que USA es el centro de control planetario, el primero en equivocarse (indignante autocrítica falsificada) y el primero en encontrar la solución.
Uno de los tópicos expuestos desde el comienzo del film es la hostilidad de la naturaleza frente al uso imprudente de los recursos naturales por parte del humano. La lucha es planteada en desigualdad de condiciones. Los científicos deben de convencer a los políticos escépticos de la magnitud del problema para tomar cartas en el asunto. Haciendo alusión al reciente electo para presidente Barak Obama (Nobel de la Paz), Emmerich escoge a Danny Glover para el papel de presidente, un negro demócrata de actitud liberal y moral altruista, que no duda en dar su vida por la nación. Los presidentes de Roland son una partícula regenerativa en el poder corroído, son los que asumen la realidad del caos y ponen el cuerpo para combatirlo. En esta actitud kamikaze permiten a sus colegas tomar conciencia de los hechos.
La tierra será destruida en el 2012 como el calendario maya predice. En el 2009 se comienza a vislumbrar el fin con la alineación de los planetas con el sol. El sol sufre de las mayores tormentas solares jamás registradas, lo que ocasiona el calentamiento del núcleo de la tierra. Confirmados por medios científicos los eventos catastróficos, la IHC (organización secreta que cuenta con la colaboración de todos los gobiernos del mundo) comienza con la construcción de arcas en la cima del Himalaya. Las arcas se constituyen para salvar a un grupo representativo de la humanidad como legado de la especie, pero terminan imbuidas por las redes capitalistas. Los asientos cuestan 1000 millones de euros, por lo que el único legado de la humanidad serán los multimillonarios.
Jackson Curtis (John Cusack) es un escritor y padre divorciado que se ve ante la disyuntiva de sobrellevar la relación con sus dos hijos Noah y Lily tras la ruptura con Kate su ex mujer que ha rehecho su vida junto a Gordon. Jackson planea un viaje familiar para pasar más tiempo con sus hijos pero se sale de control cuando el caos emerge. Allí ingresa el personaje de Charlie Frost (Woody Harrelson) un lunático investigador que le cuenta a Jackson el destino del planeta. El gobierno se llama a silencio para evitar el miedo, pero las evidencias del Apocalipsis están a la vista.
Emmerich emplea la vorágine a modo de redención y unidad. La familia fragmentada se ve envuelta en una serie de vicisitudes para salvarse ante el inminente fin. Pero es en esta situación adversa que los lazos se reconstruyen. Como buen cristiano Roland se permite que el padre sustito muera y así sin más Curtis recobre su puesto. Sin dar lugar al remordimiento por la perdida, Katie inmediatamente se aferra a su verdadero amor y la familia se abraza en un plano que roza lo telenovelesco.
Mientras tanto se suceden sismos por todo el mundo. La teoría de que las placas teutónicas acabaran por desestabilizar al planeta creando la mayor oleada de terremotos y tsunamis en la historia del hombre, se concreta. El abundante presupuesto de la película le permite a Roland derribar Las Vegas, arrastrar al portaaviones USS J.F.K contra la Casa Blanca, sumergir a Hawai en toneladas de lava, arrasar a la India bajo un tsunami, hacer al Cristo Redentor de Rio de Janeiro sucumbir sobre el Cerro Corcovado, reemplazar el iceberg del Titanic por el mismísimo monte Everest y llevar su ambición latente por el fin hasta el extremo. Pero la catástrofe (habitual en su cine moralista) acuña un humanismo trunco hasta el momento, que emana junto a la tensión dramática. Las personas acuden a la fe mientras los multimillonarios acuden a sus plazas en el arca. La necesidad de brindar un mensaje positivo hace que a último momento se tome en consideración al prójimo y se olviden las ambiciones personales, la individuación se traslada a lo colectivo: “El día en que dejemos de luchar por los demás, ese, será el día, en que perdamos nuestra humanidad”.
A diferencia de directores de la talla de Fritz Lang o Alfred Hitchcock que supieron trasladar su estética e impronta a los estudios de Hollywood. Roland jamás pudo plasmar cierto rasgo de autor o estilo en sus films norteamericanos. El hijo putativo de la industria nada conserva de su nación. Su cine manifiesta los tópicos recurrentes del ser estadounidense, un nacionalismo y patriotismo imperecedero junto a la religión como eje concatenado. Así es como elabora estos films de catástrofe donde la conspiración muta hacia una cooperación internacional. Creando una compatibilidad irrisoria de distintas doctrinas políticas, ideológicas, morales y éticas de los sistemas sociales. El desafió de la humanidad para anteponerse al caos hace germinar una capacidad colectiva para reconocer los problemas tácitos y así encontrar soluciones dignificantes y liberadoras.
El Arca de Roland asegura la verdadera especie que debe prevalecer al cataclismo y da lugar a un par de personas cualquiera como si se buscase un resabio de futuros explotados para el nuevo mundo. Emmerich trata de enviar un mensaje positivo de la humanidad pero sin darse cuenta manifiesta la verdadera crueldad impune del dinero por sobre el hombre.
Jennifer Nicole Feinbraun
Muy buena
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