Dos familias emparentadas se recluyen en una casa en las afueras de Inglaterra para pasar navidad y disfrutar de la nieve. “The Children” retoma el arquetipo del niño siniestro que amenaza la supervivencia del mundo adulto presente en películas como “The Prophecy” (1995), “The Children of the Corn” (1984), “Village of the Damned” (1995) o “The Good Son” (1993). Esta vez la causa de un cambio radical de naturaleza hacia una potencia destructiva en complicidad para aniquilar el mundo adulto, reside en un virus desconocido que acomete contra los organismos infantes. Quizás esta sea la decisión que resta toda ambigüedad a la imagen haciendo uso de un argumento seguro. Si bien las películas citadas encausan la naturaleza maléfica innata al niño, “The Children”, contaba con la posibilidad de seducir con el cambio, el desarrollo y la proliferación espontánea de un amor por la sangre como divertimento. El film termina por seguir el rumbo apocalíptico de mutación biológica.
Más allá de jugarse a la justificación genérica, Tom Shankland se las ingenia para sugerir situaciones provocativas dentro del género del terror. La inocencia como apuesta oportunista al asesinato, la decisión moral y táctica de tener que reducir a la propia filiación para sobrevivir –también presente en la serie de tv “Falling Skies” (2011)-. Los niños son la nueva munición revolucionaria, el ejército donde se deposita el germen destructivo de la sociedad. La autoconciencia de los niños ante sus potencias para la sangre divertida actúa como estrategia de terror y destrucción. Abundan planos de nieve teñida por sangre como extensión de una inocencia pervertida. Si no fuera por el virus, la película alcanzaría una polisemia y profundidad poética horrorífica.
Aquel otro arquetipo que mina contra la estructura familiar de clase media es el niño sexual latente en la adolescencia. Chloe se quiere bajar al tío. El drama familiar sostiene la película flirteando con la lolita volteadora durante el primer acto.
Las muertes tornasoladas por experimentación lactante erotizan la virtualidad-recuerdo del niño siniestro. Aquella adolescencia pensante y parada en el “entre” generacional termina por volcar hacia la oscuridad. Quizás el virus sea una prolongación temporal de la brecha generacional dirigida al colapso absoluto y vuelta al caos. El fin posmoderno de la historia.
Gonzalo de Miceu
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