Arqueología de la estratificación social
por Gonzalo de Miceu
Tomando “M, el vampiro de Düsseldorf”, por ejemplo, a grandes rasgos podemos diferenciar cuatro grupos sociales bien delimitados. Los defensores y aplicadores de la ley en sus intentos de resolver un caso; los del hampa -desposeídos y ladrones- que buscan llevar a juicio clandestino un homicida que atenta contra la ética del ladrón y enturbia el funcionamiento de la mafia; y, los niños y madres víctimas del psicópata. Lo siguiente es tratar de definir como se superponen y comunican estas capas. En un principio, es un anormal -agente individual- el que perturba todo el orden social. Como anormal debe ser eliminado o normalizado según la óptica del grupo social al cual se refiera. El anormal ataca directamente la base estructural de una sociedad, los niños. La profanación contra los infantes dispara caos y sensacionalismo mediático que obliga a las fuerzas de la ley actuar bajo presión y duplicar los mecanismos de vigilancia. Las medidas de control se vuelven intensas, panópticas, al punto del absurdo. Esta actitud desmedida de la policía hace saltar a los cabecillas de la delincuencia, cuyos negocios se ven perjudicados y obstaculizados. Así tenemos dos sectores opuestos –la ley y los marginales- en busca de una misma solución: la desaparición de lo monstruoso. Pero no son únicamente la media y los negocios los que demandan calma y salvataje, hay toda una dimensión moral subyacente a cada movilización social. Sea la restauración del orden como el ultraje a la ética clandestina.
Más allá de que la policía obtiene pruebas certeras que finalmente la conducirán al asesino, la eficacia de la colectividad marginal se muestra suprema a la hora de actuar. Toda una administración de los ilegalismos es la contracara del derecho y la claridad penal. A pesar de la invisibilidad marginal –no es casual que aquel que descubre al asesino sea un ciego como engranaje de la lógica de la vigilancia vagabunda- esta parcela es constitutiva a fuerza de negación creadora de la lucidez comunitaria. La clandestinidad es necesaria para la existencia del orden social. Es el individuo defectuoso y deforme aquel que pone en jaque la supremacía de los dos estamentos sociales divididos por lo posible y prohibido. Es el individuo anormal el que carga con la “M” en el saco. El estigmatizado, el señalado.
Durante el juicio ilegítimo en los tribunales del hampa, Lang practica una revisión y deconstrucción orgánica del modelo de personaje sociópata. Siguiendo la línea de Francis Vanoye, cuando escribe en “Guiones modelo y modelos de guión” en relación con el tipo sociópata como modelo de personaje:
Inestabilidad social, delincuencia, agresividad, son los rasgos de comportamientos comunes. Pero también: amabilidad, dependencia, inmadurez, negativa a considerar la responsabilidad de sus actos, ausencia de ética y dominio sobre uno mismo, imaginario débil, oscilación entre papeles de perseguidor y de víctima.
Las defensas y ataques contra la responsabilidad del asesino son una clase teórica de cómo construir un personaje, de cómo amar un personaje por más desagradable que sea. Hay un vacío trágico a la hora de juzgar a Peter Lorre, donde deja de importar el castigo y prima la peligrosidad de la masa, la ineficacia del orden jurídico-penal a la hora de ajustarse a sus estándares.
El film termina por proponer dos lecturas morales sobre la recapturación y juzgamiento del anormal por la ley. Pena de muerte como resarcimiento a manos del hampa o condena a manicomio por el poder judicial. Es en el último plano donde se hacen visibles los rostros en luto de las madres de los ejecutados ¿Qué va a ser de las madres de los desaparecidos? ¿No es acaso la venganza, lo pasional e irracional lo que el orden jurídico constriñe y atrofia?
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