1.
“We penetrated deeper and deeper into the heart of Darkness. It was very quiet there. At night sometimes the roll of drums behind the curtain of trees would run up the river and remain sustained faintly. As if hovering in the air high over our heads, till the first break of day. Whether it meant war, peace or prayer we could not tell…”
-Joseph Conrad. Heart of Darkness
2.
“En todo objeto de la naturaleza hay algo cuya razón no puede darse, algo cuya explicación y causa se busca en vano; este algo es precisamente el modo específico de acción, es decir, la existencia del objeto, su esencia.”
-Arthur Schopenhauer. El mundo como voluntad y representación.
En Apocalypse Now la operación es diferente. Pero no porque no haya introspección, sino porque esa introspección – viaje introspectivo del héroe – no se revela como la realización o revelación de una verdad oculta en el medio del caos, sino que revela al caos como motor de su esencia primaria. Tanto en el film de Coppola como en la novela de Conrad en la cual está basada, el viaje al final del río representa el viaje a la esencia de las cosas, una esencia que es en sí contradictoria, y cuya matriz caótica la civilización busca salvar formulando la división entre la guerra “racional” y la guerra “irracional”. Una materialización de tal tentativa resulta de la misión que le es asignada a Willard en el comienzo del film: debe extirpar el núcleo irracional mediante el asesinato del general Kurtz internándose para ello, en la jungla vietnamita. Análogamente, en Heart of Darkness, el protagonista Charles Marlow, debe devolverlo a la civilización restituyendo las oposiciones luz/ oscuridad aboliendo las confusiones en su antagonismo considerado fundamental. Y es por ello que en ambos casos, la potencia del personaje de Kurtz no radica tanto en la materialización de cierta irracionalidad constituida sólo en tanto formulada la separación, sino en el peligro que supone el conocimiento de ella como construcción. Kurtz rechaza esta reformulación dialéctica que se manifiesta en la imaginación dos términos, mientras asume la contradicción en su dimensión más terrible. La locura con la que se lo define da cuenta de ello.
En el trascurso del viaje del protagonista hacia el final del río, los procesos racionales se borran fundiéndose, en tanto que en el cuerpo de Willard/ Marlow se van inscribiendo las intensidades del caos como excedente que retorna a los “emisarios de la luz” en el proceso “civilizatorio”. El horror de la guerra que lo circunda se materializa como una forma de ese conflicto interno con el que ambos personajes se enfrentan, al verse confrontada su imagen de individuos racionales y morales con la de una naturaleza salvaje que carece de esa dimensión. Willard ya no puede distinguir entre los aldeanos y el Vietcong, de la misma forma que tampoco puede dilucidar quién está a cargo del puesto fronterizo. Sin embargo, no se trata de un problema de falta de información o desconocimiento, sino que la cuestión pasa ahora por una contaminación de términos otrora antagónicos –el aliado o el enemigo, el bien o el mal-, ahora desordenados de tal forma que su carencia de jerarquía ya no puede sino metaforizar ese caos con la que los personajes se enfrentan.
Así es como el horror, tal como lo exclama el general Kurtz sobre el final del film, no es tanto un grito de denuncia como es la manifestación de una imposibilidad, de cierto grado cero desbordante que viene a significarse mediante esa fuerza vital de la jungla en estado puro. Oscuridad librada a su propia suerte frente a la cual Kurtz – y Willard – pasan a quedar sobrepasados como luces envueltas por tinieblas infinitas. El encuentro con Kurtz enfrenta a Willard con la problemática de su ser-soldado frente a su naturaleza en cuanto hombre. El general lo confronta con la contradicción del yo-máquina necesario para el combate, con la experiencia del olvido de la individuación que no puede sino manifestarse ante la presencia de las atrocidades que de él devienen. Y no es casualidad que así, las motivaciones de Willard para el asesinato se pierdan en este encuentro, sólo para volver a reencauzarse pero no como respuesta a los mandatos de la luz – la misión asignada-, sino como consecuencia de una voluntad salvaje y oscura que el film monta en paralelo con el asesinato de una vaca en el ritual indígena. Resulta, de todas formas, que el enigma conceptual que dispara al film: el ¿por qué asesinar a Kurtz?, desierta sobre sí mismo en tanto se retoma la misión en dichas coordenadas. Las razones se fugan mientras las respuestas se tornan inaprensibles dada la llegada al final del río – invasión del caos - que reactualiza, paradójicamente, la empresa originaria.
Juan Almada
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