por Gonzalo de Miceu
La primera decisión de Simon Donald, creador y eterno escritor de televisión, es allegar los primeros capítulos al terror del bajofondo y lo desconocido. Así resuena la tradición literaria de Julio Verne y más recientes películas como “The Abyss” (1989) de James Cameron. La serie empieza bien. El primer grupo expeditivo, comandado por la científica Catherine, queda barado y sin comunicación en el calado del Polo Norte. Dados por muerto y seis meses después, su marido Clem Donelly –interpretado por Jams Nesbitt- y un grupo de científicos e ingenieros -entre los que se encuentra la actriz Minnie Driver- tripulan la nave “Orhpeus” financiada por un monopolio petrolero estadounidense en busca de los restos de la supuesta fallecida para luego reanudar las investigaciones. El problema es que todo el interés que propone la serie, el interés de descubrir las oscuridades bajo el hielo, termina siendo aniquilado por un submarino ruso gigante que se dedica a excavar en el fondo del océano y estudiar los sedimentos, con infinita mayor preparación que la navecita Orfeo (en un intento fútil de metaforizar con el profeta y poeta griego en sus intentos de recuperar a Eurídice del bajo mundo).
Repentinamente la serie transita los caminos de guerras y apocalipsis mundial, del viejo USA vs. USSR, de espías y contraespías motivados por lógicas mercantiles y petroleras. Todo ese imaginario fantasioso y abierto construido en el primer capítulo cede a la lógica del thriller y del humano, de la razón científica y el ojo maquinal. La serie genera suspenso a través de los vuelcos narrativos que desarrollan peligros inminentes como la radioactividad, la presión subacuática, asesinos ocultos, la falta de oxígeno, boicots a las naves submarinas y apariciones y desapariciones íntimas a los desenlaces amorosos. Todo acompañado por una música estridente similar a la de la serie “Lost” (2004-2010) y a los procederes del director David Lynch. Los graves para ambientar y acompañar, los agudos para subrayar los momentos de tensión.
Ya a partir del segundo capítulo viene esta sensación de “bueno… terminar la serie para ver cómo termina… total es corta”. Pero el final es igual de decepcionante que el submarino ruso. Giros de supuestos muertos que retornan a la vida, la materialización de una gran conspiración invisible, la esperanza mesiánica en el pequeño organismo salvador, minutos comidos por conclusiones pasionales espontaneas o por lo menos poco efectivamente espontaneas. Hay un único final interesante. Un personaje secundario, una ingeniera trabajando para los british de descendencia rusa. Todo lo que busca es salir del submarino y mandar toda la serie a cagar. Quizás el final de Svetlana es análogo a mi situación. Intenté escaparle a la serie pero la comí hasta el final.
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