Jul 16, 2011

Matthew Barney - "Cremaster Cycle" y "Drawing Restraint 9"

El fin de la Historia / El inicio de la Historia



La distinción genérica como el inicio del conocimiento

Giorgio Agamben, presenta en su libro “Lo abierto”, una lectura particular con respecto a Hegel, Kojève y Bataille en relación con el fin de la historia. Los últimos dos autores, según Agamben, coinciden en que la exteriorización de este suceso toma forma con la Revolución Francesa, donde la historia ideológica acaba junto con las luchas de clases. Naturalmente aquí entra en cuestión la interpretación hegeliana. Si la historia no era sino el paciente trabajo dialéctico de la negación y el hombre era el sujeto, y al mismo tiempo lo que estaba en juego en esta acción negadora (el objeto), entonces la realización de la historia implicaba necesariamente el fin del hombre. Lo que le interesa a Bataille en este aspecto, es si la negatividad del que no tiene nada más que hacer desaparece o permanece en un estado de negatividad sin empleo. Acorde a Bataille, el fin de la historia conlleva un epílogo en el que la negatividad humana se conserva como resto en forma de “erotismo, risa, alegría ante la muerte”. Con la venida de la Segunda Guerra Mundial, en 1939 el College de Sociologie denuncia una extrema pasividad y ausencia de reacción ante la guerra como una forma masiva de desvirilización en la que los hombres se convierten en ovejas resignadas a ir al matadero. Más allá de las necesarias aclaraciones contextuales, Barney reniega de estos conceptos y se hace cargo directamente de estos problemas a través de los recursos cinematográficos, en especial  en la conformación del estatuto de sus distintos personajes. 

Los personajes de Barney, mitad hombres, mitad animales, se encuentran clausurados en un estado donde la historia pesa únicamente de modo referencial y autobiográfico. Barney expresa la dilatación de un estado en el que el hombre aún no se ha constituido como tal; mas que hablar del fin de la historia, nos habla de la épica hacia el inicio de la historia, hacia la conformación del hombre masculino y la pérdida  de un equilibrio originario. Es por ello que cada película condensa el devenir, condensa el futuro y el pasado en el instante, en el “siendo”, en forma de un ciclón inexcusable anterior al conocimiento, donde la violencia sobre el objeto se encuentra latente pero desorganizada, sólo como finos picos que asoman en la lucha instintiva, una lucha congelada, dilatada, en donde la negatividad sin empleo se manifiesta como aquella fuerza, aquella continuidad que permanece en la ruptura en forma de burla y de erotismo, que matiza el descenso trágico a través de la lucha más pura contra lo irremediable, contra el destino. Es esta lucha la que permite medir al hombre por sus fracasos, la que constituye al hombre por el fracaso como el valor fundamental de existencia en pos de una vida auténtica.

Los personajes de Barney bailan, recordando al cordero de Laughton en Cremaster 4 bailando tap; toman el té en un día de campo en las cumbres de la Isla del Hombre. En Cremaster 3, atendemos a la desaparición del reencarnado dentro de un auto, envestido por cinco Cadillacs. La repetición nuevamente cumple su papel. El enviste propicia destrucción. Una destrucción que se torna absurda y fetichista, que pierde sus cualidades para convertirse en puro deleite, en jolgorio ante la muerte. La risa, el erotismo y la alegría, como afirmaba Bataille, se encuentran presente, pero no ya como una negatividad sin empleo sino como aquella fuerza complementaria que hace de la lucha contra el destino algo patético, revelando lo absurdo de la existencia, o en todo caso, lo absurdo de la historia y el conocimiento; sin embargo, es en esta misma lucha donde la existencia cobra sentido.


Volviendo al fin de la historia. El aniquilamiento definitivo del hombre debe implicar necesariamente la desaparición del lenguaje humano, sustituido por señales sonoras o mímicas. Kojève argumenta que desaparecería la filosofía y la posibilidad de sabiduría misma. En este punto es interesante notar que los personajes de Barney no hablan, rara vez se comunican. Dicha comunicación no se produce por medio del diálogo o la lengua. La comunicación se establece en base a la música, a los efectos musicales, a las señales sonoras, a la mímica y al gesto. La sabiduría y el conocimiento no nacen en el personaje, no son objeto de posesión del personaje; sino, es el marco en el que Barney los sitúa a través de la saturación de la referencia y la intertextualidad. El conocimiento se torna absurdo y agresivo, como medio y hábitat, hacia el personaje como en la propia puesta en escena.

En la lectura que hace Kojève de Hegel, el hombre no se presenta como una especie biológicamente definida, ni como una sustancia o esencia dada de una vez por todas y para siempre. Es más bien un campo de tensiones dialécticas que separan en él, al menos virtualmente, la animalidad y la humanidad. El hombre existe históricamente en esa tensión. Es humano sólo en la medida que trasciende y transforme el animal que lo sostiene. Sólo a través de la acción negadora es capaz de dominar y destruir su propia animalidad. Teniendo en consideración la primer conferencia de Foucault, en “La verdad de las formas jurídicas”, en donde  Foucault define el conocimiento citando y analizando las afirmaciones de Nietzsche, como el resultado de la regulación instintiva, exterior a su naturaleza, y como una acción violenta sobre el objeto que pretende conocer, una acción que opaca el objeto; Kojève propone que el conocimiento hace al hombre hombre. Matthew Barney lleva todo esto un paso más allá. Sus justificaciones, quizás místicas. El hombre-animal se convierte en hombre con la individuación genérica, con la conciencia de género. El surgimiento de la masculinidad es el primer ladrillo que sostiene el conocimiento. La conciencia de la propia identidad y de la separación genérica, en el seno de la humanidad, es el primer paso hacia la regulación instintiva ¿De qué modo se comporta el hombre ante la violencia del conocimiento que se avecina? Con más violencia, encarando una lucha inútil contra lo irremediable. Estas afirmaciones tienen sus implicancias. De modo que si la conciencia de individuación genérica es el inicio del conocimiento, lo interesante sería plantear una frontera móvil, masculino-femenina, siempre en tensión e interna al hombre como los restos de un estado perdido. Una frontera que permite distintos posicionamientos políticos y sociales a partir de la movilidad del género que ya no responde únicamente a cuestiones puramente físicas y biológicas. Quizás a partir de este posicionamiento pueda indagarse en el hermafrodita, en el travesti.


El científico y naturista Carlos Linneo, considerado el creador de la clasificación de los seres vivos o taxonomía, desarrolla un sistema de nomenclatura binominal (1731) que se convertiría en un clásico, basado en la utilización de un primer término, con la primera letra escrita en mayúscula, indicativa del género y una segunda parte, correspondiente al nombre específico de la especie descrita, escrita en letra minúscula. Linneo inscribe al hombre entre los primates y junto al nombre genérico Homo no registra ninguna nota específica, excepto el viejo adagio filosófico: nosce te ipsum. “Conócete a ti mismo”. La diferencia específica no es un dato; sino, un imperativo. Así el hombre no tiene ninguna identidad específica, excepto la de poder reconocerse. De este modo, como propone Agamben “el hombre es el animal que tiene que reconocerse humano para serlo”.[1] Siguiendo la línea de Kojève, el hombre, desde esta perspectiva, nuevamente no es ni una sustancia ni una especie claramente definida, es más bien un artificio para producir el reconocimiento de lo humano. Barney trabaja estas nociones para reproducir cinematográficamente la instancia de reconocimiento en el hombre. La épica Cremaster narra el surgimiento del hombre pero agrega un valor importante. El hombre se reconoce en tanto hombre y acarrea intrínsicamente en dicho reconocimiento la identidad genérica. Barney plantea que el descenso testicular, un descenso trágico y destructivo, que se lleva acabo en la etapa fetal, es aquel que permite pensar al hombre desde un lugar particular. El hombre se reconoce hombre desde su masculinidad o su feminidad. Barney marca que el desarrollo del feto exterioriza, a través de los genitales, esta línea que separa al hombre de la mujer. Así son sus personajes, instintivos, negados al habla y a la construcción de un pensamiento racional. Lo que marca el ascenso de la masculinidad, más que el reconocimiento de hombre en cuanto tal, es el reconocimiento del hombre en tanto masculino o femenino. Los personajes de Barney viven esta escisión como un evento calamitoso, como la ruptura de una unión originaria que constituye a lo humano en su estado inmaculado. El género se presenta aquí como aquellas fuerzas oponibles, como aquella frontera móvil desde la cual el hombre se reconoce como hombre y puede pensar el mundo. 


Gonzalo de Miceu
Extracto de "El Maestro de la Crema"


[1] AGAMBEN, GIORGIO. Lo abierto, Adriana Hidalgo editora, Buenos Aires,  2002.

1 comment:

  1. Muy buena la critica,
    Aparece en la película el problema del mito de los seres andrógenos y los cruzas con estos pensamientos sobre el hombre.. Aunque pienso que el género más que tener una raíz biológica es más una ingeniería social que otra cosa…
    Saludos!

    J.

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