“Luvina” es un
pueblo fantasmal, deshabitado y corroído por la sequía. El título del cuento ya
demarca una función estructural particular: centrar la atención en el espacio
más que en los personajes y acciones. La introducción a este mundo se hace a
partir de un narrador heterodiegético o extradiegético que nos introduce en la ficción
a través de una descripción del espacio. Inmediatamente se da paso a un segundo
narrador, el profesor, que se inscribe como narrador autodiegético ya que es él
quien nos cuenta la historia de su vivencia en “Luvina” en primera persona. Así,
el relato nos coloca ante dos mundos, uno dentro de otro. El mundo real y
objetivo, aquella tienda donde se encuentra el profesor tomando una cerveza; y,
Luvina, aquel mundo subjetivo y fantasmal.
A medida que avanza
el relato del profesor hay pequeñas observaciones del primer narrador que cuenta
la situación general del bar y precisa el tiempo, está anocheciendo, los niños
juegan afuera con la luz de la lámpara que se proyecta por la puerta abierta. Este
mecanismo complica la lectura dado que la transición entre un narrador y otro se
vuelve menos evidente.
Luvina es vista a
través de la mente del profesor, lo que carga el ambiente de irrealidad. Esta irrealidad se traduce al viajero que
escucha la historia de Luvina. No emite palabra, no es más que una sombra, no
es más que el desdoblamiento del profesor que pareciese escucharse en voz alta
en un discurso profundo y emotivo. Luvina, el mundo de los sueños, de las
pesadillas, como el purgatorio y el infierno. Se encuentra en un cerro alto
pedregoso, la piedra es gris, el cielo desteñido, el viento que corre por las
calles “se mete dentro de las personas”. La personificación del paisaje
contribuye a crear un clima mágico y místico. Son las fuerzas de la naturaleza
las que se consolidan como personajes, y los habitantes de Luvina, “los de
allá”, sin nombre, son sólo sombras que esperan la muerte para poder vivir. El
ambiente dinámico se impone sobre personajes estáticos.
Los narradores se
entremezclan para contrastar el mundo irreal y subjetivo de Luvina con el mundo
real del profesor. Los gritos de los muchachos que juegan fuera de la tienda
intensifican el silencio de Luvina. Los ríos crecidos bañan a Luvina de aridez,
donde casi no llueve. Así como el tiempo objetivo se encuentra limitado – el
intervalo en el cual ocurre la narración del profesor -, el tiempo en Luvina es
radicalmente amplio, como detenido. El profesor dice:
Me parece que usted me preguntó cuántos años estuve en
Luvina, ¿verdad? La verdad es que no lo sé. Perdí la noción del tiempo desde
que las fiebres me lo enrevesaron; pero debió haber sido una eternidad... Y es
que allá el tiempo es muy largo. Nadie lleva cuenta de las horas ni a nadie le
preocupa cómo van amontonándose los años...
El ambiente es el
personaje en “Luvina”. La personificación, la repetición, la alegoría y la
retórica en la descripción, reflejan el tema del cuento. Una de las diferencias
entre “Luvina” y “Anacleto Morones” es la construcción del espacio. En
“Anacleto Morones” prima una literatura
del desierto donde la construcción geográfica se lleva a cabo a través de
la jerga y dialecto que manejan los personajes más que por una descripción
detallada.
El tema principal
de “Anacleto Morones” es la deconstrucción de un mito, llevada a cabo por un
narrador homodiegético, Lucas Lucatero. Lucatero toma control de la visión y de
los detalles que le conviene transmitir. El lector es guiado por los caminos
que le resultan apropiados al narrador. Rulfo se vale de la parodia y la ironía
construir sentido. El tono del relato es atravesado por tres planos. Un tiempo
presente, representado por Lucas Lucatero intentando evadir y sacarse de encima
a las “beatas”. Un tiempo pasado, en el que se ahonda en un viejo charlatán,
Anacleto Morones, que se aprovecha de la superstición y falta de espíritu de la
gente de Amula que luego de ciertas “curaciones” buscan proclamarlo “santo”. Finalmente,
la religiosidad atravesada por una doble moral, la santidad y la sexualidad.
El discurso de
Lucas crea un mundo. El lector recibe ese mundo reinterpretado por el narrador
que manipula esa “realidad”. La construcción del conflicto proviene
directamente de lo que piensa y dice el narrador. Con el inicio del cuento, el
narrador se distancia de los personajes, Lucatero dice “¡Viejas, hijas del
demonio!”. La figura humana es desfigurada al punto de convertirse en un animal
sin pensamiento propio. El lector es distanciado del resto de los personajes –
en especial las mujeres – y entregado al discurso dominante del narrador homodiegético.
Lucas Lucatero no teoriza
con respecto al conflicto, su práctica misma trata de poner en evidencia la
falsedad que se pretende “oficializar” por medio de la canonización. Sin
embargo esta lucha contra el discurso hegemónico va siempre unida a las
relaciones que guarda el personaje con el medio. Al fin y al cabo Lucas todo lo
que quiere es que lo dejen en paz con sus pertenencias. Aquí salta un problema
que pone en jaque toda la historia: la veracidad del narrador. En el cuento,
las beatas van siendo derrotadas una a una por la lógica de Lucatero, salvo
Pancha, que accede a acostarse con él “.. si me prometes que llegaremos juntos
a Amula, para decirles que me pasé anoche ruéguete y ruéguete” a lo que Lucas
responde: “Está bien. Pero antes córtate esos pelos que tienes en los bigotes”.
Suponiendo que Lucatero accede a lo que la mujer pide, sin intención de
cumplir, entonces ¿cómo sabe el lector que está diciendo la verdad en lo demás?
También es importante hacer hincapié en que Lucas Lucatero sufre de problemas
similares a las mujeres: el fanatismo y superstición. Esto se puede ver cuando se
refiere al montículo de piedras que Pancha le ayuda a colocar sobre la tumba de
Anacleto Morones: “...y que yo hacía aquello por miedo de que se saliera de
su sepultura y... Con lo mañoso que era, no dudaba que encontrara el
modo de revivir y salir de allí”. La superstición del narrador es clara.
Además Lucatero es un asesino y un asesino que siempre intenta justificar sus
acciones.
Gonzalo de Miceu
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