May 16, 2011

“Le temps du loup”(2003) Michael Haneke

¿Cómo sobrevenirse al fin?¿Cómo contarlo?

«El hombre es un lobo para el hombre.»
Thomas Hobbes


           
            Cuando Haneke decide llevar este mito alemán al cine se sabe de antemano que no será una película digerible sino todo lo contrario. En una época en donde abundan las películas de ciencia ficción apocalípticas emerge Le temps du loup, un film que, con un tema afín a dichas producciones, imprime en la problemática del caos y el fin, otro discurso y otro registro. A diferencia de otros films apocalípticos, en la película de Haneke los efectos especiales quedan relegados por la fuerza y crudeza misma de esa imagen realista depurada. Es la falta de información dada al espectador lo que inquieta, es el planteamiento de un fin más verosímil lo que lo emociona, dado que es de conocimiento público que los recursos naturales llegaran a su fin por la falta de conciencia del ser humano. Entonces sin necesidad de un presupuesto extravagante, nos adentramos en un clima verdaderamente desolador.    
            Una familia burguesa llega a su casa de campo con el auto repleto de pertenencias por lo que asumimos que no vienen a tomar unas vacaciones sino a instalarse en la propiedad, pero al ingresar a la misma se ven sorprendidos por la presencia de otra familia que los obliga a dejar la casa. Es curioso en este sentido que el padre de familia apele al valor de la propiedad privada para sostener su demanda, dado que en el estado presente ésta ya perdió su valor puesto que es otro el régimen vigente. La tensión de la escena desemboca, apenas comenzado el film, en un acto trágico, con reminiscencias de Funny Games la película se inaugura.
            Convendría en primera instancia hacer algunas observaciones de cómo la película se estructura en términos narrativos dada la relación que se establece, en relación al “saber”, entre los personajes y el espectador, así como entre los mismos personajes. La película como es habitual en Haneke nos deja a la deriva en ese mundo apocalíptico que estamos visualizando. No se sabe que es lo que ocurre, no se conoce el pasado y jamás nos es devuelto. Pero lo interesante es que al no tener respuestas quedamos homologados con los personajes dado que ellos tampoco comprenden su situación, más allá de haber vivido ese pasado. Por lo tanto, la falta de información sería una clave de lectura del film. Todo es ambiguo, nada se actualiza, no se nos da lugar al estancamiento habitual de visualización pasiva, nada está digerido, así uno se encuentra a la expectativa de una respuesta, de una explicación que nunca llegará. De esta manera sufrimos a la par de los personajes esa agonía, esa incomprensión, esa falta de respuesta ante el caos.
            En este estado de incertidumbre vemos a una familia fracturada en búsqueda de ayuda: la gente los rechaza, les dicen que se vayan, todos se comportan egoístamente. Pero, ¿cómo juzgar a alguien que también se haya sumido en la supervivencia? ¿Cómo hacerse cargo de otro cuando no es posible ni hacerse cargo de uno mismo? Mismo la señora que los ayuda pide que no se entere su marido, hay miedo en el aire. A medida que recorren el pueblo se nos introduce en un mundo desarraigado, paisaje árido, quema de animales, cuerpos tirados, una niebla asfixiante, un frío que quiebra la pantalla. El Apocalipsis ha llegado y hay que buscar una salida para sobrevenirse al fin. 
             Pasada la primera media hora de película se encuentran con el resto de los sobrevivientes que viven a la espera de un tren que los lleve hacia otra parte, que los saque de ese sitio ultrajado por la falta de recursos naturales. En esta estación de tren abandonada es donde empieza a surgir una nueva comunidad, con nuevas leyes, líderes y normas de convivencia. Aquí Haneke hace un estudio minucioso de los comportamientos humanos en relación a esta situación extrema en la que se ven inmersos, es decir, de qué manera el carácter se ve afectado en su confrontación con un medio hostil.
            Dentro de esta “comunidad” formada por el azar de sus destinos truncos surgen diferentes tipos de modalidades de relación. Aquí ya no rigen las normas comunes de un régimen capitalista sino que se retorna a un estado primitivo. La economía es manejada por el trueque, los elementos pierden su valor y adquieren otro, los bienes materiales (reloj, bicicleta, joyas) están en detrimento de los bienes naturales que son realmente los que cuentan ya que son estos los que hacen posible la supervivencia. Por otro lado surge un líder que trata de mantener ciertas reglas para que el caos no se apodere de la situación, pero él mismo en la medida que obtiene respuesta a su dominio se empieza a posicionar de una forma más déspota: el hecho de portar un arma y de ser el encargado de las relaciones con el “exterior” lo posicionan por sobre el resto.
            En tanto la película avanza el régimen va perdiendo peso, el caos se va generalizando, las discusiones son más fuertes, la desconfianza en el otro mayor, la discriminación e inseguridad provocan peleas que llegan a la agresión física. El llanto es una constante y la muerte una salida en uno de los casos. La gente va llegando de otros sitios y la organización  comunal se va complejizando. Retomando la escena inaugural del film, las familias confrontadas se reencuentran, ya ahora escindidas. Pero nada sucede puesto que no es posible diferenciar víctimas y victimarios, ni es posible determinar ninguna verdad sobre lo acontecido. Los lugares ocupados por las personas son variables, nada esta fijado, cuando se reclama por algo propio, se cae en la constante de que ya nada le pertenece a nadie.         
            Atravesando esta situación aparece un pensamiento mágico a través del mito de los “justos”. Resulta interesante esta encrucijada entre el caos y el mito, dado que no es casual que en un estado de opresión, la búsqueda de fuerza para anteponerse a ese mundo provenga de un más allá, de una divinidad, de la fe. Por otro lado, la perspectiva expuesta es ambigua dado que circulan dos versiones diferentes sobre los “justos”: por un lado los “justos” son 36 hombres que garantizan la existencia y la protección de Dios con su vida; la otra versión dice que éstos deben sacrificarse para, de esta manera, devolver el mundo a su curso. Esta segunda versión es tomada por el niño, intentando ubicarse a sí mismo como uno de los “justos” y provocando a través de su inmolación, la salvación del mundo. Sin embargo, a último momento es salvado por un miembro de la comunidad, y es justamente en este gesto donde la película se cierra.
            La inocencia y valentía de esta criatura es la metáfora que aglutina el pensamiento del director. El chiquito toma una posición y la lleva a cabo, podríamos interpretar que el hecho de ser un niño es lo que le permite no tenerle miedo a esa muerte y a preferirla en lugar de la tortura de esa vida vacía. El mito de los justos le agrega color a la situación pero tal vez lo que realmente se discute aquí es el miedo al fin, cuando el fin ya ha llegado hace rato. Se cuestiona al ser humano en una situación límite, al tiempo que se analiza la violencia despertada en relación al instinto de supervivencia. Con un plano característico del director la película llega a su fin: una subjetiva desde arriba de un tren que nos hace pensar que probablemente esta gente haya logrado su cometido (escapar de ese lugar) o, en su defecto, pueden haberlos ignorado. De todas formas uno podría preguntarse ¿escapar a donde?, ¿hay un afuera? Haneke apela a uno de sus gestos característicos, calla y deja al espectador una vez más a la deriva. 
Jennifer Nicole Feinbraun

3 comments:

  1. Excelente crítica. Conmueve!!!

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  2. Sólo de leer la crítica, ya es una seria reflexión. Habrá que ver la película. Gracias. Rubinat Vallromanes.

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