En agosto del 2005, Julián Acuña fue intervenido por orden judicial para ser trasladado al hospital Gutiérrez de la Ciudad de Buenos Aires. Julián era un niño aborigen de la aldea Mbyá Pindó Poty (El Soberbio, Misiones) que sufría de un malestar en el corazón. La gravedad de su condición fue explosionada por un golpe mediático que debatía entre el proceder del aparato médico-legal estatal y los deseos de la familia, en torno a que tratamiento someter a Julián. La directora Ximena González retrata los días de encierro y desarraigo en el hospital. Los medios de comunicación conducen la articulación de la noticia poblando la imagen de voces que enuncian por Julián.
La dinámica que se produce al poner en fricción los aparatos ideológicos del estado en una lucha tecno-mediática contra un sector marginado, es el resultado de determinada relación de Saber que se genera entre las distintas voces que buscan una respuesta por y para Julián. La incomunicación entre las partes termina por resquebrajar cualquier orden de lo decible desnudando el antagonismo reprimido de clases. Así como puede rastrearse cierta estructura trágica en el film de Ximena González, el acoplamiento de las voces que surcan la narración puede relacionarse con lo dicho por Michel Foucault en la segunda conferencia de “La verdad y las formas jurídicas”. Foucault toma la obra de Sófocles, “Edipo Rey”, para indagar en la historia de un poder político, en un determinado tipo de relación entre el poder y el saber. Para ello propone un efecto de ensamblaje a partir del desplazamiento de mitades que generan tres niveles o tres estructuras estamentales dentro de la comunidad. El nivel de las profecías y los dioses, el nivel de los reyes y el nivel de los servidores y esclavos. Estos tres niveles participan en la búsqueda del verdadero linaje de Edipo. En Edipo, el conocimiento es siempre una relación estratégica en la que el hombre está situado. Una relación que definirá el efecto del conocimiento. En el film de Ximena González, también podemos encontrar tres niveles que interactúan, incluso se regulan entre sí. Por un lado el líder espiritual de la comunidad a la cual pertenece Julián y su familia. El nivel de la ley hecha por el hombre, representado por el aparato jurídico y médico estatal. Por último un tercer nivel que se construye a partir de la mirada a un Otro. Un Otro que por momentos carga con el exotismo del paradigma occidental, y por momentos se torna inabarcable. Esta dialéctica de la mirada se traduce en la estética, en gran medida a partir de la despersonalización de las voces y la afección de los rostros. Las voces sin cuerpo corren por sobre los familiares en espera, acompañados por la televisión que progresivamente se torna una intrusa.
Retomando las palabras de Foucault sobre Edipo, Apolo y Tiresias, en el orden de lo mágico-político; y, el pueblo, son aquellos que dan testimonio de la verdad. Aquellos en contacto con la verdad. En un principio, lo mismo podría decirse del líder espiritual y la comunidad guaraní a la que pertenecen Julián y su familia, en contraposición al aparato legal del Estado. Foucault indaga en la relación entre el poder y el saber que se juega en Edipo como la instauración de un mito en el pensamiento occidental: la Verdad nunca pertenece al poder político. Sí a los dioses y al pueblo que conserva la memoria. La diferencia con la película de Ximena González radica en que mientras que en Edipo el ensamblaje de mitades consolida los distintos niveles dentro de un marco socio-político activo; en “Mal del viento” aparece la presencia de un Otro en términos de Slavoj Žižek. Un marginado, un Otro inconmensurable que resquebraja la realidad simbólica occidental para poner en evidencia el espectro de lo Real. La relación que se entreteje entre el poder y el saber libera la colisión de estructuras o universos inabarcables en búsqueda de una Verdad inalienable a dos órdenes que responden a distintas categorizaciones del Saber. Este llamamiento a la Verdad esconde el antagonismo reprimido de la lucha de clases y la violencia de la mirada occidental. Este recorrido es el mismo que transita estéticamente el pasaje de la imagen al sonido y viceversa.
El film inicia con un prólogo del monte en niebla poblado por las voces que se deslizan sobre la imagen. El epílogo del film retoma este pasaje. Ambas secuencias enmarcan la narración de Julián, un niño enfermo alrededor de cual se enfrentan dos posicionamientos en pugna en torno a que pasos seguir para su recuperación. El prologo actúa como una presentación a una estructura cuasi fabulesca, que tratándose de la vida de un niño, refuerza el punto de vista cuando la cámara se concentra en la pura espera de Julián. Es a partir de una puesta intimista de la cámara que se retratan los días en el hospital. Esta intimidad impulsa la afección que despiertan situaciones de “aburrimiento profundo” por usar palabras de Martin Heidegger. Un aburrimiento que acorde al filósofo alemán suscita la posibilidad de la muerte. Esta posibilidad se repliega sobre las condiciones inminentes de Julián. Lo que termina por completar el efecto es un uso particular del sonido. Las voces en off administran la información y actúan como contrapunto para liberar la afección del plano.
Hay otro elemento que silenciosamente se suma a la puesta. Podríamos aventurar que en primera instancia se sostiene cómodamente en las voces en off que corren indiferentes sobre los planos. Los medios de comunicación, en especial la televisión, contaminan progresivamente la narración. Por momentos a partir del fuera de campo sonoro, por momentos ofreciendo material de archivo de transmisiones televisivas pasadas. Más allá de cierto acercamiento de la cámara, casi deslizándose sobre la superficie digital, hay un plano de los más ilustrativos en tanto la relación que se plantea entre lo visual y lo sonoro. El padre de Julián observa la televisión recostado en la cama con el control remoto en mano. En su rostro se perciben las luces del televisor. El efecto que se logra al multiplicar las superficies reflejantes ausentes y presentes en la imagen, es una sensación de profundidad simulada. Una profundidad sin salida que circula por las superficies reflejantes y actualiza las presencias y ausencias visuales y sonoras en desplazamientos continuos entre el dentro y fuera de campo. Este circuito hace de la pantalla un gran espejo donde el espectador capta cierta intrusión de la mirada. Intrusión que se convierte en encierro.
“Mal del Viento” indaga profundamente en la relación entre la articulación de la noticia y el poder. Los medios se evidencian como detentores de un espacio consagrado al combate hegemónico por la clasificación del Otro. El lenguaje de periodistas como Andino y la puesta estética mediática, son signos claros y detentores absolutos del conflicto de clases intrínseco del capitalismo tardío. Es en la propia habla de los periodistas que comentan la narración, y en las posturas y gestos detrás de cámara, donde surge con mayor fuerza la idea de la que escribió Pier Paolo Pasolini en su libro “Empirismo erético”: el lenguaje ya determina una relación de poder. Ximena González provoca al pastiche posmoderno de la estética mediática para apurar los límites hacia las fronteras del puro deleite y goce de la referencia inconcebida.
No comments:
Post a Comment