Jan 18, 2017

La vida de Pi (2012) - Ang Lee


Desde el inicio,
La vida de Pi se me torna una película decididamente inconsistente. El último proyecto de Ang Lee comienza con una serie de planos dentro de un zoológico destinados a embellecer la vida en cautiverio. Desde estas primeras imágenes es difícil evitar sentir una suerte de provocación a la hora de mostrar la cautividad. Más todavía cuando el film puntualiza en desnudar las pulsiones naturales de vida y muerte en contraposición con la vida regular y feliz del zoológico.

Podría decirse que a lo largo de los primeros cuarenta minutos, el director se ensaña en construir el escenario para explotar el conflicto que va a dar mecha a la trama narrativa. En esta larga secuencia inicial se ancla lo que va a ser la estructura del film. Una entrevista de un escritor en busca de material para su próxima novela que nos va a transportar a modo de flashback a la narración que hace Pi Patel de determinados sucesos acontecidos en el pasado. Es también en estos primeros minutos donde se va a desarrollar el tema de la película: la posibilidad del milagro y la creencia en un hilo conductor divino.  Es menester acotar la banalidad con que el director decidió caracterizar a un personaje en busca de una fuerza religiosa, trivializando los matices de cada religión en mérito del mensaje más superficial y new age: en definitiva todas las religiones conducen a la existencia de una presencia sobrenatural últimamente basada en la fe. Este acto de fe va a ser retomado en el clima y desenlace de la narración donde la fe va a constituir un acto o una decisión en el modo de percibir.


 Volviendo a la secuencia inicial en donde se construye el escenario para disparar el conflicto dramático. Pi huye junto a su familia y todos los animales del zoológico familiar en un barco con destino a EEUU. El buque se hunde y únicamente sobreviven Pi junto a cuatro animales que rápidamente van convertirse en tan sólo Pi y un tigre de bengala refugiados en un bote salvavidas. El desarrollo de la narración va a seguir las aventuras y peligros del naufragio que van a llevar a Pi a interactuar con el tigre, patéticamente llamado Richard Parker hasta el hartazgo, mientras la balsa flota a la deriva. Todo el desarrollo va a estar teñido por una visión adolescente, casi mágica, que responde al orden del story-telling de los sucesos narrados. Antes de continuar, es preciso mencionar el lugar que ocupa el espectador a lo largo de los obstáculos que va a ir sobrellevando Pi. A diferencia de El gran Pez por ejemplo, donde también nos encontramos con una narración maravillosa, el lugar que ocupa el espectador se mantiene entre la tensión de los sucesos narrados y la adjudicación constante de demencia y disparates por parte del personaje-escucha; en La vida de Pi la veracidad del relato nunca es puesta en cuestión a lo largo del desarrollo. Esta es una diferencia fundamental en lo relativo a procederes narrativos. Mientras El Gran Pez trabaja con la ambigüedad, La vida de Pi propone un procedimiento mucho más drástico que también trabaja con la ambigüedad pero de forma retroactiva. El clima y último acto del film, una vez finalizado el relato de Pi, nos abre la interrogante  presentando un relato B, una opción alterna a los sucesos narrados que vuelve a configurar por medio del insight toda la historia. Mientras que el desenlace de El Gran Pez termina por presentar una armonía entre unas y otras formas de percibir, La vida de Pi radicaliza la pregunta ¿en qué creer? justificando la respuesta a partir de un dilema ético basado en última instancia en un acto de fe.

Más allá de la duración excesiva, uno podría concluir que en términos superficiales la película presenta una estructura articulada para hacer del film un recorrido. Lo que termina por socavar la estructura es la carencia de un tono homogéneo. Esto íntimamente relacionado con la supremacía y grandilocuencia de la espectacularidad por encima de cualquier proceder narrativo. El film transcurre filtrado a través de los ojos de un adolescente que nos brinda una visión aniñada del mundo, recubierta de todos los estereotipos con que Hollywood incorpora el exotismo de lo Otro. Entonces más que una visión de mundo, el film evidencia  las construcciones a partir de las cuales una cultura dominante categoriza a ese Otro en privilegio de la técnica. Desde este lugar uno también podría justificar la utilización de la imagen digital para recrear todos los animales que aparecen en el film. Al tratarse de un relato fantástico cuasi infantil, las construcciones digitales sin referente real se corresponden con el índole imaginario del recuerdo. El problema nace a la hora de distinguir niveles de realidad, o registros de realidad propuestos por la propia película. En films como El laberinto del Fauno,  Guillermo del Toro propone contextualizar un momento histórico determinado, y desde ese contexto que se establece como un primer nivel de realidad, presentar el viaje maravilloso de Ofelia que nos va a llevar a recorrer ese mundo a partir de los ojos de una niña. De esta forma confluyen dos registros de realidad distintos que posibilitan y otorgan asidero a la existencia de Ofelia. Nada de esto ocurre en La vida de Pi. Formalmente hay una decisión de establecer dos registros, la entrevista en tiempo presente y el relato maravilloso en tiempo pasado. Sin embargo, no hay ningún tipo de comunicación entre los dos posicionamientos. El desarrollo no prolonga los indicios del acto inicial que deberían remitirnos a una cierta ambigüedad de lo real, como es el caso de El Gran Pez, o a una visión de mundo dentro del mundo, como es el caso de El laberinto del Fauno. La vida de Pi termina tendiendo una trampa facilista. Nos presenta un relato, que especialmente en el desarrollo aclama “aquí está la verdad del relato”, para destruirlo en el acto final presentando una cara alterna en ningún momento sostenida por el desarrollo y pretendida igual de veraz. De esta forma es el espectador, identificado con el novelista, el que de alguna forma debe decidir en base a la “fe” que historia creer.  Esta decisión banaliza por completo cualquier aspiración del film. Es una trampa que proclama una respuesta dada de antemano. 

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