Documental de Errol Morris sobre Randall Dale Adams -un hombre sentenciado a pena de muerte por un crimen que no cometió-. Adams fue liberado un año después del estreno de “La delgada línea azul”.
El filme retoma la noche del 28 de noviembre de 1976 en la que fue asesinado un oficial de policía. El departamento policial de Dallas fracasa en sustentar una investigación seria hasta encontrar cimientos en las incriminaciones de un chico de 16 años de un pueblo tejano cercano. Basados en el testimonio acusador de David Ray Harris, la policía de Dallas hizo arresto de Randall Adams. Esta es más o menos la línea del filme con todas sus connotaciones socio-políticas, como la preferencia por dar pena capital y ejemplo simbólico en Texas antes que el arresto de un menor; la ineficiencia y corrupción dentro del departamento de justicia; y, la imposibilidad de reconstrucción de lo real respetando una línea temporal uniforme y recopiladora. Por momentos el documental insinúa misticismo, por medio del sonido -la música de Philip Glass-, los silencios interpelantes, la recarga ambivalente en ciertas declaraciones; pero, finalmente, adornan una toma de posición política clara: el inocente sentenciado debido a las distorisones ejercidas por el aparato penal. Inclusive Errol Morris se toma la molestia de joder con la delegación psiquiátrica, con la Corte Suprema tejana, con la difusión de los límites entre poderes divididos y respaldados por una creencia popular a sostener sobre la eficacia a mitificar de los Aparatos Ideológicos del Estado.
La fiscalía carece de pruebas, y la única prueba que se presta a indagación perniciosa es testimonial. Testigos que cambian declaraciones por conjeturas sostenidas por intereses heterogéneos que buscan verosimilizar un relato colectivo. Una figura abstracta y fantasmática que puntea la anomalía persiguiendo un interés igualmente predeterminado. Entonces empieza a surgir en el espectador la necesidad de una gran conspiración. Detrás de todos esos testimonios frágiles y forzados que velan la culpabilidad de un menor, debe haber un gran plan siniestro y totalizante diagramado por un gran sistema de control y auto-control. Sobre los testimonios y reversiones: el lenguaje distrae e incomunica en su comunicación. El lenguaje se presenta como uno de los medios más dóciles de manipular para concretar objetivos de impacto social. El filme no tiene imágenes de lo acontecido. Es el documental el que se encarga de reconstruir y dramatiza secuencias filtradas por un punto de vista ambiguo. Que por momentos pareciera corresponder al narrador delegado -a los propios testigos- pero por otros a un espectro que asoma cuidándose de maquillar aquellos planos que le interesan de mayor ambigüedad. Una vez la imagen negada, la ambigüedad de la palabra se llena de discurso hegemónico.
Terminado el filme, se nos da a saber que Randall Adams sigue inocentemente inculpado hace más de diez años. Es el epílogo que sigue a una grabación-casualmente lo que oímos es una grabación debido a que la cámara de Morris se rompió durante la entrevista- donde el joven de 16 años David Harris, desde la cárcel -procesado por robo y homicidio-, confiesa la inocencia de Adams y asume su culpabilidad. El sistema falla, el lenguaje falla, nosotros fallamos. Y el cine tiene la potencialidad de actuar como munición ideológica en la lucha por el control de los Aparatos Ideológicos del Estado –más allá de que Morris obtiene su victoria y Adamas es liberado con el estreno del filme-. El problema es hacia donde se corre el lugar de verdad. La producción de verdad, tanto simbólica como fáctica, se traslada a la confesión. La confesión del asesino –condenado a priori por el documental- . Aquí se juega el papel su director. Es su voz la que interactúa con Harris haciéndolo confesar.
Michel Foucault, en el capítulo primero “Suplicio”, del libro “Vigilar y Castigar” (1975), cuando hablando del aparato penal en el siglo XVIII, escribe:
"La instrucción penal es una máquina que puede producir la verdad en ausencia del acusado (…) la confesión, constituye una prueba tan decisiva que no hay necesidad apenas de añadir otras (…) El criminal que confiesa viene a desempeñar el papel de verdad viva”
Errol Morris transforma una instrucción desarrollada por él y su equipo – sin Harris- sobre la presunción de inocencia violada a Randall Adamas; y, una condena a Harris como autor del delito, en una afirmación voluntaria. Así la confesión de Harris toma sitio en el ritual de producción de verdad contra los mecanismos del aparato penal. La entrevista final es la firma de Harris a todas las acusaciones hechas por Errol Morris. El título del filme, ya es una iniciativa directa para acercar un término militar a instituciones estatales – policiales- de control. El enemigo está en todos lados.
A través de los testimonios huidizos, de saltos temporales en las narraciones individuales que permiten a la historia configurarse y reconfigurarse, de la crítica inmediata al aparato penal; la paranoia crece en el espectador. Un espectador inactivo y atento a la exhibición articulada. Cuando David Harris confiesa, todo ese plan maestro cobra realidad. Toda aquella paranoia flotante se materializa. Esta realización de la teoría conspirativa trasciende los límites de la diégesis cuando el documental manifiesta pretensiones verídicas o busca interceder la realidad social apelando como referente real concreto a una supuesta realidad a la cual pertenecemos. Así el espectador no “especta" únicamente la estafa jugada contra Adamas, es partícipe directo de su condena y víctima conspirativa. Lo que instala Errol Morris en el público, es el miedo y la culpa.
Gonzalito de Miceu