Lo que Platón afirma con rigor, no es que el arte fuera mimesis, sino que el arte mimético era pernicioso. Asistir al encantamiento de las apariencias de las apariencias distrae la atención no sólo del mundo de las cosas, sino del ámbito más profundo de las cosas. Harmony Korine expone está potencia haciendo de sus personajes imitadores de íconos de la cultura pop americana e internacional. La eternidad del mito que logran alcanzar símbolos de una homogeneización cultural universal y su efecto en el cuerpo. Fabulaciones sofocantes de una cultura que perdió su capacidad histórica pero es conciente de la creación mitológica como forma de eternidad. En Mister Lonley, la multimedia modela la materia. Es el cuerpo de Chaplin y su bigote hitleriano lo que gesta un personaje socarrón, mujeriego y agresivo. Personajes que actúan como recipientes vacíos que se llenan de un folclore popular. Devorados por el entorno, en planos generales, emerge la carne del actuante.
El imitador suele hacerme entender porque prefiero ver la cosa enserio antes que una copia. Los pocos minutos de sensación en los que logro vislumbrar el atleta debajo del disfraz, hacen de mi cabeza un mundo de posibilidades. Quizás sea meramente curiosidad. Los imitadores de Korine nunca rompen personaje: el de un actor actuando de imitador. Diego Luna haciendo de un imitador de Michael Jackson. Inclusive la estética de estos símbolos penetra la estética del film y se escucha las voces en off de Diego Luna decorando la narración, como las de Michael Jackson en sus videoclips predicando amor, paz y respeto para la Mtv. Del mismo modo que Platón hace hablar a Sócrates, Korine potencia la pulsión consumista y de multiculura unificada que devora el ser.
En la pantalla encontramos a los personajes y sus psicologías encerrados en un romántico castillo campestre escocés y sus relaciones comunales; sin embargo, la imagen se densifica con una construcción temporal a través del montaje en síntesis con un tiempo interior, puro y alineal, donde copulan todo aquello que representan social y culturalmente Marilyn Monroe y Michael Jackson. Una sexualidad voraz de piel ingenua, una percepción detenida e idealista. Lo que logra Korine no es ni una superación ni una mera descripción de los efectos de la homogenización frente al reclamo de una identidad cultural propia. Es una síntesis donde el ser humano convive en un espacio de ruptura. La fuente de reconocimiento frente al otro, ya no es más social, sino una decisión individual. Korine se detiene en figuras que alcanzan el estatuto de mito, todavía posible en el posmodernismo, quizás como consecuencia de la pérdida de un pensamiento histórico; pero, lo interesante es que la conciencia de mito no se produce a posteriori, es contemporánea a su creación, haciéndose del sujeto un participe activo y plenamente conciente en la configuración mitológica. Quizás esto explique la necesidad universal de cada individuo de crear una imagen que actúe como intermediaria en la relación con el otro en el espacio infinito de internet. Quizás la paradoja del siglo XX, donde la búsqueda de un estado de comunión, de pérdida y totalidad, posible a través de una racionalización de las pasiones, está corriendo su lugar. Quizás pedir porque Maradona siga siendo el técnico de la selección argentina no tenga tanto que ver con convicciones futbolísticas más que con el entendimiento de estar frente a una brotar mitológico y activamente querer formar parte de éste para escapar a la muerte, para perdernos en un todo que modela nuestras opiniones con justificaciones místicas.
Martin Heidegger percibe la poiesis como alumbramiento como “el salir de una mariposa de su capullo, la caída de una cascada cuando la nieve comienza a derretirse.” Estas analogías subrayan el éxtasis producido cuando algo se aleja de una posición como una cosa para convertirse en otra. La secuencia final de la película nos muestran un personaje sin nombre, un personaje caído en un estado de innominación en búsqueda de una vida auténtica, donde la posibilidad de la muerte es conciencia plena, escenificada por el suicidio de Marilyn Monroe. Korine desnuda la humanidad en su contemporaneidad, donde la aclamación política en pos de un movimiento identitario nacional frente a las fuerzas del consumismo ya no se presenta como una lucha. Un espacio donde es posible pensar la ruptura y reflexionar sobre el lugar en que estamos parados. El método: imitadores de íconos internacionales que ya no encuentran su lugar en el mundo eternizando el mito de figuras como los tres chiflados o el Papa, ni en una cultura local. Poéticamente: concluyendo con la historia de las monjas que se arrojan desde una avióneta y caen al suelo sanas y salvas pero cuando van a dar testimonio del milagro al Vaticano mueren en un accidente aéreo. El milagro de la voluntad identitaria como escape a una fabulación desmedida que excedió e invade el espacio de la ficción. Korine nos invita a meditar sobre la posibilidad de que el hombre ya no necesita de un reconocimiento apegado a paradigmas universales culturales, sino el milagro como el brotar de una identidad más pura frente a todas las posibilidades culturales que ofrece una máquina homogeneizante de la cual podemos elegir a gusto.
Texto escrito por Gonzalo de Miceu
Muy bueno.
ReplyDeleteAguante el Diego!!!!